Entrevista a Marc Levy (Psicoanalìsta)
El paciente judío, ¿presenta particularidades en análisis?
– El problema específico de los judíos es que ellos se sitúan en relación al Otro. Los judíos, así como las mujeres y los psicoanalistas, están del lado del Otro.
Así, como la mujer se sitúa como no-hombre (no porque es minoritaria, sino porque no es la referencia), el judío se sitúa como no goi (gentil).
El judío está en una situación de no evidencia en relación a sí mismo.
El significante “judío” plantea un problema: no es sólo una religión, no es sólo una cultura, ni una civilización, ni una etnia.
Es un significante inclasificable, no “reductible. La interrogación sobre “lo que es ser judío” es la que lo remite el Otro, lo lleva a cuestionarse y a no aceptar como evidientes cosas que parecen evidentes para todo el mundo.
¿Eso es lo que le ha llevado al psicoanálisis?
– Lo que me llevó a él es mi neurosis. Pero el hecho de ser judío no es indiferente.
Para ser analista es preciso considerarse como no evidente para sí mismo.
¿Hay patologías típicamente judaicas?
– No, pero entre los mismos judíos hay especificidades: los sefaradíes no tienen las mismas patologías que los ashkenazíes: por ejemplo, hay más psicóticos entre los sefaradíes.
Es sorprendente. ¿Los sefaradíes, no se sienten más a gusto con su judeidad?
Justamente. Mientras sigan la tradición, todo anda bien, pero el más mínimo alejamiento provoca conflictos desgarradores. No pueden ni respetar la tradición ni abandonarla.
A menudo hay un cuerpo–a-cuerpo con la madre mucho más difícil, sobre todo para las mujeres.
Se habla en general de la madre judía polaca “abusiva”, pero la madre sefaradí no es diferente.
Tengo pacientes de un medio prácticamente no intelectualizado (como es frecuente entre los sefaradíes) que son completamente masacrados -no culpabilizados, sino masacrados- es decir, ellos ni tienen tiempo de convertirse en sujetos.
En lo que respecta a los judíos ashkenazíes, la especificidad de su neurosis generalmente está ligada a la culpabilidad que suscita la existencia de los campos de concentración.
¿Cómo legitimar un sufrimiento que no se se conoció?
¿Cómo explicar a los demás que podemos sufrir enormemente de algo que sucedió antes de nuestro nacimiento?
Al mismo tiempo, aceptar ser un privilegiado en nombre del sufrimiento de los demás, es duro de asumir.
Tengo una paciente que está haciendo grandes progresos en su análisis, que se sintió mucho mejor cuando pudo pensar: “En el fondo, sobrevivieron a los campos de concentración aquellos que eran más pícaros que los demás”.
La noción de heroísmo provocó muchos daños. Muchos jóvenes ashkenazies comienzan un análisis porque, según ellos, no hay para un judío otra alternativa más allá de “ser genial” o “no ser nada”.
No ven su.lugar en la tierra si no son Mozart o Rimbaud. El nazismo todavía causa estragos en las generaciones nacidas después de los campos.
Y lo que agrava aún más las cosas es que lo impensable de los campos de concentración se mezcla para ellos con el impensable del goce sexual.
Más precisamente, como los padres no han conseguido ponerle palabras a ese período de la deportación, eso se volvió algo indecible que se aproxima a la escena primaria (que es la visión o el fantasma de los padres teniendo relaciones sexual).
Esta escena primaria y los campos de concentración ocupan el mismo lugar del goce impensable.
¿Eso significa que ellos atribuyen un goce al deportado?
Una película como “El Portero e noche” mostró que esa conexión existe.
Tener placer con el cuerpo del otro -poseer, penetrar, mamar- es poder hacer con ese cuerpo lo que se quiere. Y el límite extremo de eso es quemarlo.
Ya que las dos cosas se mezclan, hacer el amor -o al menos la menor coloración agresiva en el amor – les plantea problemas de culpabilización: “¿soy un nazi”.
Así, la agresividad -que es una pulsión necesaria (si no la volvemos contra nosotros mismos) es muy mal tolerada, pues inmediatamente la asimilamos en nuestra fantasía al nazismo.
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