Los racistas tienen una fijación casi fetichista con el cabello, en especial cuando tiene muchos rulos. Esos mismos rulos, antaño unieron a judíos y afrodescendientes…
Durante un viaje a Sudáfrica, uno de nuestros guías fue un argentino de origen italiano, que vivía desde pequeño en el país.
Llegado con su familia en época del apartheid, su piel trigueña y cabello ensortijado típicos de muchos italianos del sur dejó perplejos a los “clasificadores raciales” sudafricanos.
Para resolver las dudas, lo sometieron a lo que llamaban “la prueba del lápiz”: pasaron un lápiz entre sus rizos, y lo hicieron inclinar la cabeza. Si el lápiz se caía, era clasificado como “blanco”. Si, en cambio, los rulos sostenían el lápiz, era considerado “negro”.
Pero no hace falta vivir en la Sudáfrica del apartheid para conocer en carne propia la relación entre cabello (enrulado) y discriminación.
La discriminación basada en la textura del cabello es una forma de injusticia social, que se encuentra en todo el mundo, que tiene por blanco a las personas afrodescendientes en general, y en particular a las que tienen cabello de textura afro que no ha sido “planchado” químicamente.
Pero en los últimos años, el afro se ha convertido en una señal de identidad, autoafirmación y resistencia de la comunidad afrodescendiente, sobre todo en los Estados Unidos.
Así, han surgido movimientos como el de “cabello natural”, que reivindica el cabello que está en su estado original, sin permanente, tinturas ni alteraciones químicas.
Pero no solo los afrodescendientes tienen cabello rizado. También los judíos han sido víctimas a lo largo de la historia de este “racismo capilar”, en especial en manos de las clasificaciones, estereotipias y caricaturas nazis sobre el “cuerpo judío”.
Y, por supuesto, muchas otras personas tienen cabello rizado, como nuestro guía argentino-italiano del sur.
Pero lo que tendría que ser lazo de unión y alianza entre distintos colectivos que han sufrido discriminación, se ha transformado en motivo de querella, sobre todo en el enrarecido ambiente imperante en los Estados Unidos.
Pero las cosas no siempre han sido así (sí: a veces el tiempo pasado fue efectivamente mejor que el actual).
El Chicago Defender es un periódico editado en el lado sur de Chicago y que se enfoca sobre todo en la población afroamericana de la ciudad. Pero también tiene una larga historia de cobertura de la comunidad judía local.
En 1910, un periodista de espectáculos afroamericano visitó un teatro idish en Chicago y elogió las “envidiables masas de cabello negro y rizado” de los actores.
Los judíos, escribió, tenían “el mismo cálido temperamento” que los afroamericanos.
El Defender también tiene una larga historia de emplear reporteros y editores judíos blancos, que cubrían toda la amplitud de la vida afroamericana en Chicago, incluidas sus ocasionales interseccionalidades judías (como por ejemplo el primo rabino de Michelle Obama, Rabi Capers Funnye).
Ben Burns, el primer editor judío blanco del Defender, había sido editor de las revistas Jet, Ebony y Sepia, y llegó a decir que era “un hombre blanco que ha estado pasando por negro durante treinta y cinco años”.
Más recientemente, una historia del Defender fue escrita por Ethan Michaeli, otro reportero judío blanco que comenzó allí su carrera periodística.