El 11 de Noviembre de 1918, entra entra en vigor el armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial
El 11 de noviembre de 1918, a las 11:00 AM, los cuatro aparentemente Interminables y horrendos años de la Primera Guerra Mundial finalmente llegan a su fin.
La rendición alemana significó el fin de la guerra más destructiva hasta ese momento de la historia: la Primera Guerra Mundial. Cuarenta y dos millones de soldados lucharon por la Entente, originalmente constituida por Francia, Rusia y Gran Gran Bretaña, y 23 millones por las potencias centrales, que comprendían principalmente
a Alemania, Austria-Hungría y el Imperio Otomano.
Más de nueve millones de soldados murieron en el campo de batalla. Muchos mas fueron heridos y marcados de por vida. Millones de civiles también perecieron.
Y los judíos no fueron una excepción: del más de un millón y medio de judíos que sirvieron, 170.000 cayeron en la guerra.
Los judíos también sufrieron como refugiados. Más de un millón sufrieron expulsiones en Europa del Este. Muchos judíos se vieron obligados a enfrentar devastadores pogroms.
Para ellos, el sufrimiento estaba lejos de haberse terminado con el armisticio, a pesar de todas las esperanzas que había despertado. Dos años y medio antes, el editor de la revista “The Jewish Advocate”, Jacob DeHaas, había correctamente observado:
“El ascenso de la marea de chovinismo está promoviendo un nuevo antisemitismo en todas partes. La recompensa de los judíos por su valentía y patriotismo será dentro de Europa elodio. Esto no es profetizar. Los hechos se encuentran demasiado cerca de cumplirse como para cualquier pretensión de ese tipo“.
De hecho, los sacrificios y la lealtad mostrados por los judíos a sus respectivas naciones tuvieron poco éxito en la búsqueda de la igualdad.
Mientras los imperios derrotados como el de Austria-Hungría se desintegraban y nuevas naciones surgían en su lugar, el antisemitismo no hacía más que aumentar durante las subsiguientes revoluciones de posguerra.
Los pogroms estallaban en Polonia en la ciudad de Lvov, en Lituania a manos de las tropas polacas en Vilna, en Hungría durante el “Terror Blanco”, y así en otras tierras y ciudades.
La violencia antijudía en Ucrania en 1919, durante la guerra civil rusa fue tal vez la peor catástrofe que le sucedió a los judíos desde la época romana: las masacres a manos de los cosacos tomaron escala de genocidio, y asesinaron a alrededor de cien mil judíos, hombres, mujeres y niños por igual.
En 1916, mientras la guerra se dirigía a un punto muerto y las bajas y destrucción se multiplicaban, comenzaron a aparecer signos tangibles del antisemitismo alemán: con el consentimiento del gobierno, se realizó un censo que pretendía minimizar la participación en la guerra de los judíos alemanes.
Conocido como el “Conteo de judíos”, su intención evidente era utilizarlo para acusar a los judíos de falta de patriotismo y como coartada para ulteriores medidas antisemitas. Al momento del armisticio, los judíos comenzaron a ser acusados de tener la culpa de la rendición de Alemania: así nació la fábula de “la puñalada por la espalda”, que usaba a los judíos como chivo expiatorio, acusándolos de haber complotado entre bambalinas para provocar la derrota de Alemania.
El círculo se completó el 21 de octubre de 1935: un decreto emitido por el régimen nazi gobernante ordenó borrar los nombres de los soldados judíos de los memoriales por los caídos en la Gran Guerra. Su servicio y sacrificio final fueron borrados de todos los registros.