Tiene de todo: una ieshivá, israelíes, misterios del Holocausto y más aún…
“Muñeca rusa” es una de las series de Netflix más exitosas y con mejores críticas de los últimos años, y acaba de estrenar su segunda temporada. No te diremos mucho de qué va para no spoilearte nada, salvo dos cosas: piensa en un “Día de la marmota” del siglo XXI pero mucho más atrevida, deslenguada, feminista y pura imaginación. Y dale una chance aunque en general no te guste la ciencia ficción. Yendo a nuestro tema: la primera temporada transcurre en gran parte (no es un spoiler, se ve en los primeros minutos) en una antigua ieshivá desafectada. Semejante cosa solo se le podría ocurrir a alguien como Natasha Lyonne, su protagonista excluyente (en el papel de Nadia Vulvokov) y co-creadora. Ahora juguemos a un juego popular en las redes sociales: “dime todos los elementos judíos que aparecen en Muñeca rusa sin decirme todos los elementos judíos que aparecen en Muñeca rusa”. Neoyokina, Lyonne (Braunstein) fue criada como judía ortodoxa. Sus abuelos maternos fueron judíos húngaros sobrevivientes del Holocausto, y Lyonne suele decir que su familia consiste en “por el lado de mi padre, Flatbush, y por el lado de mi madre, Auschwitz“.
La familia emigró a Israel, pero regresaron a Estados Unidos cuando los padres se divorciaron.
En Nueva York, Lyonne asistió a la una escuela judía donde -entre otras cosas- tomó clases de Talmud y arameo. Y la expulsaron por vender marihuana en la escuela. Todo eso (y más) está reflejado en Muñeca rusa. A veces como decorado o elemento secundario y en otras (en la segunda temporada sobre todo) como parte fundamental del argumento principal.