EL SEDER Y EL DESARROLLO DE SU CEREMONIAL
Según la concepción judía, los designios de la divinidad se manifiestan sobre todo en el acaecer de la historia, trasunto del desarrollo del género humano.
El Dios de Israel, Dios de la Justicia y al mismo tiempo de la Misericordia, guía a la humanidad por su ascendente sendero de la perfección, y la liberación de los hebreos de la esclavitud de Mitzraim (Egipto), es un jalón importante en esa ruta hacia el progreso, que se asemeja a una escala firmemente asentada en la tierra y cuya cúspide tiende a alcanzar lo celestial y divino.
CONSAGRACION POR EL VINO: “KIDUSH”
Es por eso que el Séder, como toda gran solemnidad, es puesto bajo la invocación divina, mediante el Kidush, oración que le dota de cierto carácter sagrado, ya que eso es lo que
significa el vocablo. La celebración de un acontecimiento de tanta importancia, no puede ser menos sagrada que todo paso en la vida del ser humano, y el día en que el pueblo judío comenzó su vida como tal, merece una especial santificación.
Se llenan, pues, las copas y el oficiante pronuncia la fórmula del “Kidush” (la bendición del vino):
“Bendito Seas, Señor, Dios Nuestro, Rey del Universo, Creador del fruto de la vid”
Baruj atá Adonai, Eloheynu Mélej Haolam, boré pri hagafen
Al terminar la oración que se escucha de pie, los participantes ocupan sus respectivos reclinatorios y asientos y beben algunos sorbos de sus copas consagradas.
“URJATZ” (LAVADO DE LAS MANOS)
Se procede al segundo paso del ceremonial, al lavado ligero de las manos. Responde a una modalidad que estaba en boga en la antigua Jerusalén.
Al reunirse los comensales y antes de servirse el aperitivo, se traía agua y cada uno se lavaba una sola mano, probablemente la izquierda, con la cual se servía los ingredientes, teniendo la copa en la derecha. Y antes de comenzar la comida y ya ubicados los huéspedes en sus reclinatorios, se procedía a un lavado, perfecto de ambas manos.
Esta obligación incumbía a todas las clases sociales, a diferencia de otros pueblos de la antigüedad, para los que solo debían lavarse las manos eran sacerdotes que “servían el pan de Dios” y eran considerados sagrados