Una vez superados la pseudociencia de Lyssenko y el antisemitismo estalinista, el Gamaleya todavía tuvo un largo camino que recorrer antes de llegar a la Sputnik V…
Luego de la caída en desgracia de Lyssenko y sus teorías en la década del ’60, al Centro Gamaleya le llevó más de 20 años volver a ponerse en pie desde el punto de vista científico. El centro comenzó a investigar el uso de vectores adenovirales para la producción de vacunas ya en los años ’80, pero su camino hacia los primeros planos de la ciencia internacional solo empezó realmente con el nombramiento de Alexander Gintsburg como su director en 1997. Así es como Gintsburg cuenta su derrotero intelectual, clave en para transformar al Gamaleya en lo que hoy es: Después de terminar de la universidad, me recomendaron al departamento de biología del Instituto Kurchatov, que en ese momento era el centro de la investigación en genética molecular en nuestro país.
Tuve mucha suerte, porque pasé siete 7 en el laboratorio de Roman Benjaminovich Khesin (otro de los genetistas judíos que firmaron la carta de los 300), en donde no solo se nos dio la oportunidad de trabajar y estudiar, sino que se nos enseñó a pensar.
Roman Benjaminovich consideraba una cuestión de honor que todos sus empleados fueran los primeros en todo, e hicieron todo lo posible para que así fuera.
A él se debe que la biología molecular y la genética se hayan conservado en el país, porque ese departamento se organizó a pedido del propio Kurchatov y gracias a eso fue posible hacer ciencia normal, sin seguir los mandatos de Lyssenko y su gente. Gintsburg comenzó a trabajar en el Gamaleya en 1981, en donde fue escalando posiciones hasta convertirse en su director en 1997. Bajo su dirección, el Centro homenajeó en 2007 a uno de sus grandes héroes, Lev Zilber:
Se inauguró solemnemente una placa conmemorativa en el edificio de vacunas, donde el científico trabajó durante muchos años, y se llevó a cabo una reunión ampliada del Consejo Académico del Instituto, con ponencias que que desarrollaban y profundizaban la teoría de la oncotransformación de las células, cuyas bases fueron sentadas por Zilber. Y con Zilber como referente intelectual, el Centro Gamaleya pronto comenzó a avanzar: fue el primero en Rusia en identificar los microorganismos patógenos mediante hibridación, y el también el primero en realizar diagnósticos mediante PCR. El salto a las ligas mayores se dio en 2015, con el desarrollo de dos vacunas contra el Ébola usando la plataforma de vectores adenovirales, luego utilizada para desarrollar vacunas contra la gripe y contra otra enfermedad por coronavirus, el “Middle East Respiratory Syndrome” (MERS), base a su vez de la Sputnik V.
La fuga de cerebros
Pero esos logros del Centro Gamaleya no se deben solo a la herencia intelectual de Zilber, sino también a la de Khesin, y esa es quizás la lección más importante para los países de desarrollo medio que no tuvieron que hacer frente a rémoras como las del pasado soviético: la importancia de crear condiciones dignas de trabajo para que los mejores investigadores de un país permanezcan en él y no se vean tentados con la emigración.
En 2007, Gintsburg describía así la situación:
Los científicos de hoy, por supuesto, no huyen del país como hace 10 años, pero sin embargo … No importa cuánto trabaje un científico en Moscú, nunca logrará mantener dignamente a su familia…
Y agregaba irónicamente:
¿Qué es una universidad americana hoy? Un lugar donde profesores rusos enseñan en inglés a estudiantes chinos… los graduados estadounidenses prefieren no crear valores materiales, sino gestionarlos.
Catorce años, la situación es muy distinta. Así la describe Gintsburg en una entrevista reciente:
El programa “Pharma-2020” (un plan estatal para el “desarrollo de la industria farmacéutica y médica”) llegó en el momento oportuno para posibilitar el desarrollo de la vacuna, sobre todo por el sustancial aumento en el salario de los empleados.
En el instituto ahora tenemos, creo, uno de los mejores, si no el mejor, equipo de investigadores, uno que cualquier universidad del mundo envidiaría. Y todos quieren trabajar y desarrollarse aquí.
Todo el mundo tiene oportunidades, tanto científicas como materiales, espirituales -nombra las que quieras-, incluso diría que hay una fila de personas dispuestas a trabajar en nuestro instituto.
Y agrega:
La suerte es para los “afortunados”, o sea para quienes invierten mucho esfuerzo, para los que están preparados para esa suerte y, de hecho, para esa suerte nos preparó toda la historia de nuestra microbiología, virología e inmunología nacionales.
Historia no solo de avances científicos, sino también de resistencia contra la seudo-ciencia, las purgas y el antisemitismo estalinistas.
Resistencia a la que en gran parte le debemos hoy la vacuna Sputnik V.
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