Todos conocemos el lugar central que ocupa la comida en la cultura judía. A la hora de comerla, todo marcha sobre rieles. Pero los problemas comienzan a la hora de digerirla…
Las enfermedades digestivas parecen afectar a los judíos en números desproporcionados: enfermedad de Crohn, el síndrome del intestino irritable (más conocido como colon irritable), algunas alergias a los alimentos e incluso la intolerancia a la lactosa se conocen desde hace tiempo como “enfermedades judías”. Enfermedad de Crohn Es así como describió el Dr. Burrill Crohn, a la enfermedad que lleva su nombre. Como hijo de judíos alemanes que emigraron a los Estados Unidos probablemente sabía de lo que hablaba: solía bromear con sus colegas diciendo que la enfermedad de Crohn se debía a la genética judía, a la comida judía o a las madres judías.
Todavía no hay se conoce bien lo que causa la enfermedad pero sí que, como estipula la Crohn’s and Colitis Foundation of America, “los judíos estadounidenses de ascendencia europea tienen más probabilidades de desarrollar [la enfermedad de Crohn] que la población general”.
En la enfermedad de Crohn, el sistema inmunológico del cuerpo reacciona de forma exagerada a lo que considera una invasión foránea. En el caso de la enfermedad de Crohn y enfermedades similares, ese “invasor” es el alimento, y la reacción termina en la formación de úlceras en el tracto digestivo. Colon irritable
Al contrario que la enfermedad de Crohn y su pariente cercano, la colitis ulcerosa, el síndrome del intestino irritable no se puede diagnosticar fácilmente.
El SII no causa sangrado intestinal ni puede originar cáncer de colon. No es para nada fatal, como sí pueden serlo las complicaciones del Crohn. Intolerancia a la lactosa
La intolerancia a la lactosa a menudo acompaña al SII: los dolores de estómago y las corridas al baño se asocian con la más mínima ingestión de lácteos.
Su origen es la incapacidad del cuerpo para digerir el azúcar que se encuentra en la leche de vaca (la lactosa) por fallas en la enzima que se ocupa de la tarea (la lactasa), y hoy en día se comercializan cientos de productos “sin lactosa” a los millones de personas afectadas.
Sólo el 10 por ciento de los caucásicos no judíos son intolerantes a la lactosa. En el caso de los judíos, en cambio, el 60 por ciento tiene algún grado de intolerancia a la lactosa.
También la padecen hasta el 90% de los miembros de los pueblos originarios americanos, y 70% de los afrodescendientes. Una explicación posible, se refiere a la diferente necesidad de digerir la leche y, por lo tanto, absorber la vitamina D: cuanto menos expuesto al sol se está, mayor la necesidad de obtener vitamina D de la leche. Y viceversa. Los antiguos hebreos tenían todo el sol que necesitaban para tener niveles óptimos de vitamina D, y con el tiempo habrían perdido la capacidad de obtenerla de la leche.
Pese a los siglos de diáspora en países con poco sol, ¡la genética de los judíos ashkenazíes todavía parece estar anhelando un día de playa en Tel-Aviv!
Desafortunadamente, no hay una análoga explicación evolutiva para el Crohn o el colon irritable.
Las enfermedades psicosomáticas y los judíos
Las teorías sobre las enfermedades comúnmente llamadas “psicosomáticas” se dividen en las líneas clásicas de “naturaleza contra nutrición”: ¿el problema surge de la programación genética o del condicionamiento cultural?
Hoy en día se sabe que existe un estrecho vínculo entre el cerebro y el aparato digestivo, que tiene tal cantidad de interconexiones nerviosas que hay hasta quienes hablan de un “segundo cerebro” intestinal.
Por lo tanto, todo lo que esté mal en el sistema nervioso, va a afectar profundamente al aparato digestivo. De ahí que uno de los tratamientos más usuales para tratar los síntomas del colon irritable seann los antidepresivos.
Y resta, claro está, la genética. Los especialistas sugieren que, en todo caso, solo se podría culpar a la cultura por afectar indirectamente la composición genética de un pueblo.
La enfermedad de Crohn habría sido -según los “evolucionistas”- una mutación que comenzó como una adaptación genética a las condiciones insalubres de los guetos europeos que, a lo largo de años de aislamiento, se amplificó hasta llegar a ser la enfermedad debilitante que conocemos hoy en día.