Se llama Alexander Leonidovich Gintsburg, y es el gran responsable de que el instituto Gamaleya y sus vacunas estén hoy en boca de todos…
Israel se transformó en pocos años en una de las grandes usinas de innovación en medicina y biotecnología.
Firmemente instalado en lo que se conoce como “Occidente”, tiene sin embargo una particularidad: un porcentaje muy importante de su población es originario de la ex Unión Soviética, lo que hace que Israel tenga con Rusia lazos de colaboración a todos los niveles -y un conocimiento de la realidad rusa- sin parangón con el resto de los países “occidentales”.
No es de extrañar que hayan sido israelíes los primeros médicos de prestigio internacional en defender fuera de Rusia los méritos científicos de la vacuna Sputnik V. Y sin ningún tipo de ingenuidad: el profesor Jonathan Gershoni (un experto en vacunas de la Universidad de Tel Aviv), por ejemplo, denunció en una entrevista la “arrogancia y el esnobismo” de quienes descartan la Sputnik V porque es rusa y dijo que “se debe trazar una línea entre los gestos y la política del gobierno ruso y la ciencia de sus laboratorios”.
Quien más confianza depositó desde el principio en la Sputnik V fue el director del prestigioso Hospital Hadasa de Jerusalem, Zeev Rotstein, quien contaba con información de primera mano: la filial moscovita del Hadasa fue uno de los centros en donde se realizaron los ensayos clínicos con la Sputnik V.
En pleno debate sobre la vacuna rusa en Israel, Rotstein espetó a sus oponentes: “no hay que creer que solo en Occidente hay excelentes científicos judíos”. Se refería a Alexander Leonidovich Gintsburg (no confundir con el cineasta Alexander Ilya Gintsburg), biólogo molecular, miembro desde 1982 y director desde 1997 del centro Gamaleya (oficialmente, “”Instituto Gamaleya de Investigaciones en Epidemiología y Microbiología”), y gran responsable de haberlo transformado en un centro de investigaciones de primer nivel internacional. Profesor, académico, científico de prestigio internacional, pleno de honores y distinciones: todo eso parece muy natural, pero la familia Gintsburg tuvo que atravesar un largo y trágico camino para que todo eso sea posible para uno de sus miembros.
Un camino semejante al de muchas otras familias judías de la Unión Soviética, que el propio Gintsburg relata así: La historia de mi familia fue muy común en nuestro país. Mis abuelos paternos fueron perseguidos (N. de la R: en 1937-38, durante las purgas estalinistas que tuvieron a los judíos como víctimas privilegiadas).
Mi abuelo (Leonid Yakovlevich Gintsburg) era vicedecano de la facultad de derecho. Todos los que lo juzgaron lo conocían muy bien, muchos estudiaron con él, así que no se atrevieron a mirarlo a los ojos …
Fue uno de los primeros en ser rehabilitado después de la muerte de Stalin. En ese momento, el procurador dijo que el abuelo tuvo mucha “suerte”: se habían emitido dos órdenes de aprehensión en su contra.
La primera, por la supuesta creación de un grupo terrorista, tuvo una condena de 10 años en los campos y luego el exilio.
La segunda orden fue por actividades de espionaje a favor de varios estados, porque él era el asesor legal de nuestra embajada en Francia, y todos los que fueron arrestados bajo esa orden fueron fusilados. Pero como ya había sido arrestado, todo quedó ahí,
Y mi abuela fue desterrada como esposa de un “enemigo del pueblo”.
Mi padre tuvo que crecer de golpe: a los 15 años tuvo que mantenerse a sí mismo, a su hermana y a sus abuelos. A los 17 años fue al frente en la guerra contra los nazis.
Después de la guerra, regresó a Moscú al apartamento de su tío. Mi padre tuvo la audacia de presentar una demanda en tanto ex soldado para le devuelvan el hogar familiar confiscado durante la represión contra mi abuelo.
Era algo muy arriesgado, y podría haber sufrido el mismo destino que sus padres. Pero resultó que el juez también había estado en primera línea en la guerra, y falló a favor de mi padre: le dieron una habitación en ese departamento confiscado, y allí se instalaron los cuatro.
En 1953, después de la rehabilitación de mis abuelos, el apartamento fue devuelto a la familia en su totalidad. Esta historia todavía me parece absolutamente increíble, cada vez que voy a esa casa pienso en ella. Cuando Gintsburg nació, las cosas ya iban mejor para la familia. Pero no ocurría lo mismo con su rendimiento escolar, que estaba lejos de las expectativas de sus padres. Su padre era un entusiasta de la mecánica, los vehículos y los inventos, y su madre proyectaba puentes, pero:
A mis padres les preocupaba mucho que a mi no me atrajeran ni los coches ni los puentes. Me enviaron a una escuela con orientación biológica, por eliminación: dibujaba mal, no era bueno en física y me iba mal en los dictados. Y lo bien que hicieron.
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