En Israel, la relación al riesgo es diferente que en el resto del mundo. Al contrario que en Estados Unidos, quien fracasa no es un “loser”, sino alguien que está un paso más cerca de lograr sus objetivos…
Israel es conocida como la “Startup Nation”, en referencia a su dinamismo excepcional para la creación de nuevas empresas.
Este título es bien merecido, pero la realidad que refleja por otro lado es el resultado de políticas públicas a largo plazo, efectivas y pragmáticas.
Entre otras cosas, estas políticas estatales han logrado difundir en forma “vertical” una la cultura del riesgo necesaria para la formación y crecimiento de un ecosistema dinámico de startups.
Para desarrollar ese gusto por el riesgo -y desterrar el temor al fracaso- se ha hecho un esfuerzo importante en la educación de muy alto nivel (Israel tiene la tasa más alta de ingenieros per cápita del mundo).
En paralelo, el gobierno se ha esforzado durante casi tres décadas para atraer financiamiento privado (especialmente a través de un programa de financiamiento mixto público-privado).
La relación particular de los israelíes con el riesgo se ve en particular en su relación con el fracaso: se valora si significa “intento” y “enfrentarse al riesgo”.
En el CV de un emprendedor, el fracaso puede ser un punto a favor, si el que falló demuestra que comprende y aprende del mismo.
Además, los agentes de financiación (fondos de capital de riesgo, Business Angels, etc.) también están dispuestos a asumir riesgos e invertir cantidades significativas, a menudo con mucha anticipación y en la fase inicial de un proyecto.
Todos indicios de que la paciente estructuración del mercado de capitales de riesgo por las políticas de incentivos estatales ha dado sus frutos.
Finalmente, emprendedores y financieros se encuentran en las muchas incubadoras / aceleradoras del país, a menudo respaldadas por universidades: el trabajo de investigación académica muy a menudo se traduce en creación de empresas.
Este impresionante ecosistema permite a Israel estar a la vanguardia en muchas tecnologías de punta -e incluso disruptivas- y destaca como un modelo inspirador para muchos países.
Y todo gracias a hacerse amigos del fracaso.