El chocolate no es precisamente lo primero en lo que se piensa al decir “comida judía”, pero la realidad es que la historia del chocolate” es prácticamente “una historia judía”…
De hecho podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que fueron judíos los inventores del chocolate tal como lo conocemos hoy en día.
La historia comienza en el actual Surinam, en ese entonces la Guayana holandesa. Los pueblos originarios poseían su propio y eficaz sistema de procesamiento del cacao, pero lo ocultaban a los colonizadores europeos.
A todos salvo a los judíos refugiados de la persecución en España, establecidos mayormente en lo que se conoce como Jodensavanne y con quienes establecieron una relación de confianza, al punto de que compartieron el secreto con ellos.
Al principio fue el cacao
Los hermanos David y Rafael Mercado inventaron al principio una maquinaria para procesar y refinar el azúcar. Cuando las autoridades holandesas locales les prohibieron comercializar azúcar, comenzaron a comerciar con cacao y vainilla mexicanos.
El cacao y la vainilla aún no eran muy conocidos en Europa y los pioneros judíos de América del Sur comenzaron a vender esos productos a otros miembros de la comunidad, establecidos en Amsterdam, Hamburgo, Bayona y Burdeos.
La primera planta moderna de procesamiento de cacao fue una creación de Benjamin d’Acosta de Andrade, un judío secreto portugués que se mudó al Brasil holandés en el siglo XVII y allí comenzó a practicar su judaísmo abiertamente.
Cuando los portugueses conquistaron el área en 1645, Benjamin se encontró una vez más en peligro por la Inquisición, y huyó a la isla caribeña de Martinica, donde comerciaba con cacao.
Los colonos franceses se molestaron por el éxito de los comerciantes judíos y presionaron para que se apruebe el “Código Negro”, una ley de 1685 que expulsa a todos los judíos de Martinica.
Benjamin d’Acosta de Andrade y otros comerciantes de cacao, azúcar y vainilla se reasentaron en las islas cercanas de Curazao (gobernadas por los Países Bajos) y Jamaica (controladas por Gran Bretaña), y convirtieron a esas islas en potencias del chocolate.
La invención del chocolate
El chocolate tal como lo conocemos (dulces en base a cacao y otros ingredientes como leche, crema, nueces o mantequilla) fue inventado por refugiados judíos que se establecieron en Francia para escapar a la Inquisición portuguesa en Francia.
Estos refugiados se establecieron en 1536 en el pueblo de Saint-Esprit, cerca de Bayona.
Se les permitió vivir en Francia, pero se les restringió mucho su capacidad de viajar, poseer tierras y comerciar. Pero una industria estaba abierta para ellos: la del chocolate.
Gracias a sus contactos con otros judíos en el Nuevo Mundo, la comunidad francesa importó cacao y procesó los primeros chocolates.
En respuesta a ese éxito y faltos de ideas para competir lealmente, los gremios locales presionaron a las autoridades para que prohibieran a los judíos trabajar en el comercio de chocolate.
Esta prohibición fue eliminada en 1767, y la comunidad judía de Bayona reanudó su producción de chocolate, vendiendo chocolates nuevos a un público francés entusiasta. En 1854, Bayona contaba con al menos 34 fábricas de chocolate, y era conocida como la principal ciudad productora de chocolate en Francia.
El chocolate en la cocina judía
Con tantos correligionarios en el negocio del cacao, en las cocinas judías de América y Europa se comenzó a experimentar con el chocolate mucho antes que en sus vecinas no judías.
Las mezclas de azúcar y cacao aparecieron en los pasteles de las cocinas judías, desde Francia hasta Italia y Hungría.
El chocolate se fue haciendo cada vez más popular en Europa, y un gran admirador fue el príncipe Klemens von Metternich, ministro de Relaciones Exteriores del Imperio Austrohúngaro.
En un banquete de 1832, el príncipe quiso impresionar a los invitados con un postre especial. El cocinero principal estaba enfermo, por lo que su aprendiz de 16 años, un joven judío llamado Franz Sacher, puso manos a la obra y creó un bizcocho de chocolate relleno con mermelada de albaricoque, cubierto con chocolate y servido con crema batida.
Así nació ese emblema de la pastelería europea, que es la “Sacher Torte”.
El chocolate se hizo un lugar en la tradición festiva judía en forma de monedas de chocolates cubiertas con papel dorado: el famoso Hanukkah gelt.
Hoy en día, han aparecido otras tradiciones que tienen al chocolate como su centro.
Uno de ellas es el “seder de chocolate” para los niños, que incluye barritas de chocolate disfrazadas de matzá, y leche chocolatada en lugar de vino de Pesaj.
Los latkes de chocolate están, por su parte, disponibles en cualquier época del año. Los sabores populares incluyen chispas de chocolate, coco y amaretto.
El chocolate como afrodisiaco
Los aztecas pueden haber sido los primeros en registrar un vínculo entre el grano de cacao y el deseo sexual: se decía que el emperador Montezuma lo consumía grano en grandes cantidades para hacer frente a sus citas románticas.
La creencia en el poder afrodisiaco del chocolate era compartido por la Iglesia, y el placer que despertaba el consumo de chocolate pronto lo volvió sospechoso a los ojos de las autoridades eclesiásticas.
En el siglo XVII, funcionarios de la Iglesia llamaron al cacao caliente “la bebida de Satanás” y trataron de desalentar la nueva moda del cacao entre los fieles católicos.
En el mismo siglo lo prohibieron a los monjes, por temor a que los tentara a caer en los “pecados de la carne”.
Y en 1691, las autoridades francesas prohibieron que los cristianos de Bayona comieran los chocolates fabricados por los judíos.
Las cualidades afrodisíacas del chocolate han sido atribuidas a los dos principales productos químicos que contiene.
Uno, el triptófano, es un componente básico de la serotonina, un químico cerebral involucrado en la excitación sexual.
La otra, la feniletilamina, es un estimulante “pariente” de las anfetaminas, que se libera en el cerebro cuando la gente se enamora.
Sin embargo, estas propiedades no han sido confirmadas científicamente, y hoy se tiende a pensar que si el chocolate tiene cualidades afrodisíacas, probablemente sean psicológicas, no fisiológicas.
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