Ya hablamos de las virtudes afrodisíacas de esa vieja amiga de la cocina judía, la cebolla. Pero si hay algo que a lo largo de la historia la cocina judía ha amado más que la cebolla, ese es el ajo…
Prueba de esta afinidad es la presencia del ajo en innumerables recetas judías, y también costumbres como “raspar” con ajo la corteza de un pan. ¡Un snack insuperable!. Este aromático romance con el ajo, ha dejado sus rastros también en la cultura popular, en refranes como:
“Az men es nisht kayn knobl, shtink men nit“, es decir: “si no comes ajo, no hueles mal”, queriendo decir que si dices la verdad, no tienes nada que ocultar.
Los judíos sefardíes, por su parte, alejan al mal de ojo con ajo, exclamando al ajo ke vaiga (un juego de palabras en base a la similitud entre “ojo” y “ajo”). ¿Tendrá algo que ver con esta costumbre la fama del ajo como arma contra los vampiros? Yendo a nuestro tema, ya en la época talmúdica decían los rabinos que “comer ajo tenía cinco beneficios: satisface el hambre, calienta el cuerpo, ilumina la cara, aumenta el semen y mata los “piojos” del estómago. Algunos dicen que el ajo aumenta el amor y elimina los celos” (Baba Kama 82a).
Y para asegurarse de que el pueblo judío se beneficie de todas estas ventajas del ajo, Rabbenu Asher, conocido como el Ro’sh, afirma que es una mitzvá que corresponde a todos, hombres y mujeres, comer ajo en Shabat.
Muchos años después, la ciencia les ha dado la razón a los sabios judíos: la alicina, de abundante presencia en el ajo, estimula la circulación y el flujo sanguíneo en los órganos sexuales, tanto en hombres como en mujeres.
Y otro estudio encontró que la sustancia química responsable del aroma de ajo es uno de los químicos presentes en las secreciones íntimas femeninas.
Ese aroma es, como te imaginarás, el principal problema del ajo, capaz de enfriar el clima más apasionado. Para contrarrestarlo, no hay como masticar granos de café, comino, cardamomo o unas ramitas de perejil.
Como decíamos, pan y ajo han sido siempre excelentes compañeros. Y por ello, esta receta: Sopa de ajo
La sopa de ajo es simple: contiene ajo, aceite, pan duro y agua.
En una sartén con aceite de oliva se doran unos cuantos dientes de ajo cortados en láminas. Cuando toman color, se retira la sartén del fuego.
Cuando el aceite está tibio, se añade una cucharadita de pimentón. Se vierte el contenido de la sartén en una cazuela en la que antes hemos puesto caldo de gallina, y se deja que cocine todo un rato.
En unas soperas individuales se pone el pan en trocitos. A esta altura se debe poner el horno a calentar.
En cada una de las soperas se casca un huevo, se cubre todo ello con el caldo, si es posible hirviendo, y se ponen las soperas en el horno el tiempo justo para que cuajen las claras sin que lo hagan las yemas. Anterior: Alimentos afrodisíacos de la cocina judía: la cebolla