El 2 de noviembre de 655, el Noveno Concilio de Toledo obliga a los conversos a guardar las fiestas cristianas frente a los obispos para “comprobar su fe”
En esta fecha comenzó el IX Concilio de Toledo, celebrado bajo los auspicios del rey visigodo Recesvinto.
En él se dispuso que los judíos bautizados debían pasar las fiestas cristianas en compañía del obispo local para que este diera fe de la veracidad de su conversión. La pena por incumplimiento sería de azotes o ayuno forzoso, según la edad del infractor.
También se estableció que si un clérigo tenía un hijo con una mujer libre o esclava, dicho hijo se convertiría en esclavo perpetuo de la Iglesia en la que servía el padre.
Si un hombre o mujer liberto eclesiástico se casaba con un hombre libre (romano o godo), los hijos del matrimonio también serían esclavos de la Iglesia.