El 29 de Noviembre de 1969, fallece Yakov Grigorevich Kreizer, el primer general soviético en vencer a los alemanes y uno de los pocos sobrevivientes de las purgas antisemitas de Stalin
En esta fecha de 1969 muere a los 64 años Yakov Grigorevich Kreizer, el militar judío de más alto rango en el ejército soviético en haber sobrevivido a las sangrienta purgas estalinistas de la década de 1930.
En julio de 1941, el General Kreizer había sido el primer oficial superior del Ejército Rojo en vencer a la Wehrmacht alemana, con lo que consiguió disuadir su asalto a Moscú.
Su táctica consistió en una hábilmente manejada retirada combatiendo, que estancó las divisiones Panzer nazis durante doce días y dio al Ejército Rojo tiempo suficiente para hacer llegar los refuerzos que defenderían la ciudad capital a lo largo del rio Dnieper.
Stalin nombró a Kreizer “Héroe de la Unión Soviética”, el primer general soviético en obtener tal distinción.
La población judía obtuvo 6,83 distinciones de “Héroe de la Unión Soviética” por cada 100.000 habitantes, detrás solo de los rusos étnicos no judíos, con 7,66 cada 100.000 habitantes.
Heroísmo al servicio de la patria que no los pusó a salvo del terror antisemita estalinista luego de terminada la guerra.
Kreizer luego comandó el Tercer Ejército soviético, que detuvo a la Blitzkrieg alemana en Smolensk, y el endurecido en batalla “Segundo Ejército de Guardias” que ayudó a derrotar a los alemanes en Stalingrado.
Dos veces herido, y ascendido constantemente durante la guerra, luego de ella Kreizer vio estancada hasta que Nikita Khrushchev llegó al poder y lo convirtió en comandante en jefe de los ejércitos del Lejano Oriente, que fueron cruciales para el poder soviético luego del cisma chino-soviético:
También lo nominó al Soviet Supremo de la URSS, en donde sirvió desde 1962 hasta su muerte.
“[Kreizer] se había unido al Comité Antifascista judío durante la Guerra, y en 1953, se había negado a firmar una carta de apoyo a la campaña contra los acusados en el llamado ‘Complot de los médicos’”
– David B. Green, Haaretz