Un extraordinario relato en verso de una batalla sin víctimas, escrito hace mil años…
Abraham Ben Meir lbn Ezra fue una de las personalidades sobresalientes de la época de oro judeo-española, aunque ciertas partes de su vida son un enigma. Nació, probablemente, en el año 1089 y murió en 1164 (las dos fechas son discutidas).
Perteneció al grupo de polifacéticos pensadores judíos españoles que poseían amplios conocimientos en muchas disciplinas de las ciencias y de las artes.
Abraham lbn Ezra fue considerado como autoridad en los campos de la filosofía, la astronomía, la medicina, la gramática y a la vez fue uno de los grandes poetas y estudiosos de la Torá de su época. Su comentario bíblico sigue siendo estudiado en nuestros días como en el pasado.
La mayor parte de su vida migró de un lado a otro. Viajó por toda España, visitó los países levantinos, pasó por Italia y por Francia y llegó a conocer a Inglaterra. En ningún lado encontró tranquilidad: en todos lados se sintió perseguido por la mala suerte.
De él es la famosa frase: “Si vendiera mortajas, nadie moriría; si vendiera velas, el sol no se pondría jamás”.
Su comentario bíblico permite apreciar las dudas que aquejaron a Ibn Ezra, que trató de equilibrar su profunda fe con una actitud crítica que lo transformó en un precursor de la moderna crítica bíblica.
Sus dudas lo persiguen también en la filosofía, donde encontramos pensamientos de los filósofos griegos junto a insinuaciones místicas.
Como poeta, lbn Ezra fue un maestro del estilo elegante. Se dice que otro famoso poeta judeoespañol, Yehuda Halevi, al leer un verso sin conocer su autor, exclamó: “Sólo un angel . . . o lbn Ezra puede haber escrito estas palabras”.
El poema del ajedrez
En el poema del ajedrez, Ibn Ezra describe e/ juego como una lucha entre Kush y Edom, una batalla entre inteligencias en la que no hay ningún muerto, sino siempre una resurrección: “Con todo eso volverán otra vez a pelear”.
Si bien Ibn Ezra entró a /a historia como el pesimismo personificado, podemos ver en estas palabras un sí a la vida, que es la respuesta del pueblo de Israel a todos sus sufrimientos, y también la del autor a los muchos reveses de su vida.
Cantaré la batalla celebrada
Por los antiguos sabios inventada
Que con juicio y prudencia idearon
Y en ocho órdenes la formaron;
Y para cada orden destinadas
Hay ocho divisiones concertadas
En un solo tablero; y divididas
Las órdenes en cuadros repartidas
Hay dos reales en donde se colocan
Los reyes que a la guerra se convocan.
Todos a la pelea se previenen
Y en sus reales los reyes se mantienen,
O ellos mismos caminan adelante;
Pero en esta batalla tan constante
No sacan las espadas con aliento
Pues es sólo una lid de entendimiento.
Llevan sus distintos y señales
En sus imaginarios Cuerpos Reales.
Quien los vea revueltos en la lucha
Sin repugnancia mucha
Discurrirá que el uno es Edumeo
Y el contrario Cuseo.
Entran, pues, los Cuseos en la guerra
A ocupar con su ejército la tierra;
salen después detrás de los Edumeos
A combatir con bélicos deseos.
Siempre la Infantería va delante
A pelear enfrente vigilante,
Caminando derecha por el frente,
Bien que puede valiente
Volverse a interceptar a su contrario,
Y cogerle por otro rumbo vario.
Mas por otro motivo mientras anda
Retroceder no puede en su demanda
Ni sus pasos torcer; porque conviene
Guardar así la ley que el juego tiene;
Pero si en el principio quiere acaso
Asaltar al contrario; en este caso
Puede por cualquier lado en los sabidos
Tres órdenes para esto prevenidos;
Si por ventura andando
Mucho de su lugar se va alejando,
Y hasta el orden octavo se ha subido,
Como si fuera Pérez distinguido,
Podrá entonces volverse.
Y libre en todas partes revolverse.
Cuando el Pérez camina, tiene entradas
En todas cuatro partes señaladas.
Sale luego a campaña el Elefante
Y se acerca constante
Y en cualquier costado
Como un acechador se pone al lado.
Su entrada es como Pérez; pero tiene
La primacía allí que le conviene;
y aquél sólo camina en tres maneras,
Y puede andar tres casas o carreras.
Es el pie del Caballo muy ligero
En el Juego guerrero;
De suerte que andar puede satisfecho
Por cualquier camino no derecho;
Y sus ligeros pasos desmedidos,
Aunque no son por cuestas, son torcidos;
Y en tres tan solas se previene
Que su término tiene.
Entra el Roque derecho en su camino.
Por el campo, y con rumbo peregrino
A lo largo y lo ancho muy medidas
Busca sólo veretas no torcidas;
Siendo en todo perfecta
Su senda nunca oblicua, y siempre recta.
El rey va a los dos lados,
Asistido de todos sus criados,
A cuerpo descubierto,
Y a veces con acierto
Toma sus precauciones
En las aventuradas ocasiones,
Para haber de salir, o estarse quieto
Según sea el aprieto,
Que le obligue a lidiar donde se halla,
En cualquier lugar donde se halla
Para poder huir de aquel paraje,
Y tiempos, en que debe valeroso
Pelear con sus tropas animoso.
Todos al fin se matan mutuamente;
Y también los dos Reyes igualmente;
Siendo todos los Guardias de ambos Reyes
según aquestas leyes,
En la sabia Batalla acometidos,
Sin efusiôn de sangre destruidos.
Hay ocasiones, en que victoriosos
Los Cuseos al fin quedan gloriosos;
Y huyen los Edumeos.
Dejando al enemigo los trofeos;
Y otras, en que triunfantes prevalecen
Y los otros perecen,
Siendo en la dura guerra desgraciados
Con su nativo Rey aniquilados.
Y es por fin entre tantos lances varios
Aprisionado el Rey por sus contrarios;
Sin que pueda escaparse
Ni hallar tiempo y lugar para salvarse;
Ni en caso de oponerse
Puede en su baluarte defenderse;
Antes bien desgraciado
Por su enemigo de él es arrojado;
Y no teniendo en su penosa suerte
Quien le libre arrestado de la muerte,
Con ella se hace el Jaque;
Y perecen con él en el Ataque
Sus tropas distinguidas,
Que para su rescate dan las vidas.
Pierden también sus puestos sin concierto,
Y la digna memoria;
Pierden también sus puestos sin concierto,
Porque a su vista su Señor ha muerto.
Más con todo animosos
Volverán a la lucha valerosos;
Y resucitarán todos los muertos
A tener en la guerra más aciertos.
Publicado originalmente en Herencia Judía No 22 (Segunda Serie), con introducción de Gunter Friedlander y traducción de Rodríguez de Castro.