El 30 de noviembre de 1935, fallece el escritor portugués Fernando Pessoa, descendiente directo del último judío asesinado en la hoguera por la Inquisición portuguesa
Pessoa era descendente directo de Martinho da Cunha de Oliveira Pessoa, el último judío asesinado en la hoguera por la Inquisición portuguesa, en 1747. Martinho da Cunha de Oliveira Pessoa, que provenía de una familia de cristianos nuevos portugueses, estaba dividio entre dos vidas: la externa como católico, para escapar de la persecución, y la interna junto a los suyos, judíos a escondidas.
Detenido en Portugal, Martinho se vio obligado a pedir perdón a los inquisidores. Cuando se vio “libre”, emigró a Brasil. Prosperó y se unió a la comunidad de “judíos secretos” de Vila Rica. De regreso a su país natal, fue encarcelado nuevamente y murió quemado a instancias de la Santa Inquisición.
“No puedo estar en ningún lado. / Mi patria es donde yo no estoy“, escribió Fernando Pessoa siglos después.
Uno de los aspectos más singulares de su obra es el recurso a los heterónimos, una sucesión de “personalidades múltiples” literarias cuyos nombres figuraban como autores de sus obras. No se trataba de simples seudónimos, sino de acabadas identidades que Pessoa asumía y ponía en diálogo unas con otras.
Así describía a uno de sus heterónimos más conocidos, Alvaro de Campos: “entre blanco y moreno, de tipo vagamente judío portugués, de cabello, sin embargo, lacio y normalmente apartado hacia un lado, monóculo…” (carta a Adolfo Casais Monteiro de enero de 1935). No cabe duda que la identidad era un tema central de la vida y la obra de Pessoa, que encontró en los heterónimos una manera de hacerle frente como ningún otro escritor lo ha hecho. Descendiente de judíos que durante siglos tuvieron que adoptar en público una máscara como única posibilidad de supervivencia, eslabón de un linaje judío por todos conocido, no es de extrañar que “lo judío” haya formado parte de esa interrogación de Pessoa por la identidad. A su manera, claro: uno de los más virulentos panfletos antisemitas de la época es “A invasão dos Judeos” de Mário Saa (1924), en la que ek autor se refiere al origen judío de Pessoa (lo llama “sacerdote del Talmud“), a sus antepasados y al origen de sus heterónimos (a los que relaciona con que “pesan en sus hombros todas la preocupaciones de Israel, los angustiosos recelos de la multitud acorralada en el ghetto“).
Pero Saa es un personaje del que poco y nada se sabe, colaborador de “Athena”, la revista que Pessoa fundó y en la que siguió escribiendo después de la publicación del panfleto. Y, como dice Angel Crespo en “Vida plural de Fernando Pessoa”, “lo que dice Saa… se parece demasiado, tanto por el contenido como por el estilo, a lo que unos heterónimos dicen de los otros y del mismo Pessoa“. Imposible saber si Mario Saa fue otro de los heterónimos de Pessoa, o si su panfleto fue al menos en parte una provocación escrita a dos manos.
De lo que no caben dudas es que fue Pessoa el autor de la famosa semblanza de Eliezer Kamenezky, el “judío ruso, vagamundo temporalmente detenido, adorador teórico y práctico de lo que llaman naturismo, e idealista y romántico como todos los judíos, cuando no son todo lo contrario…” Y, a continuación, un fragmento tan irritante como sus esporádicas declaraciones de apoyo a tal o cual dictadura: “Toda la literatura judía, la mejor y la peor, es esencialmente incoordinada y difusa. No tiene construcción en el conjunto ni precisión en la frase.
Ningún judío, por gran poeta que fuese, sería capaz de escribir una composición que contuviese, implícito o explícito, el profundo movimento lógico -estrofa, antiestrofa, épodo- de la oda griega. Ningún Judío, por gran poeta que fuese, sería capaz de escribir, como Esquilo: “La infinita sonrisa de las ondas del mar“. ¿Cómo interpretar esta frase? ¿Broma, divague, autocrítica, intento de exorcismo interno? Solo Pessoa tenía la respuesta (o quizás no), pero siempre nos queda el placer de leerlo…