Para nuestros abuelos, el “sí” hubiera sido la respuesta obvia. Pero hoy, mucho no saben ni de qué estamos hablando…
En el prólogo a la edición hebrea de “Tótem y tabú”, Sigmund Freud escribía en 1930 lo siguiente:
“A ninguno de los lectores, le resultará fácil situarse en el clima emocional de un autor que desconoce el lenguaje de las Santas Escrituras, que está apartado de la religión de sus antepasados –así como de cualquier otra religión–, que no puede participar de los ideales nacionalistas, pero que, no obstante, nunca ha renegado de la pertenencia a su pueblo, que se siente judío y no desea que su naturaleza sea otra.
Si alguien le preguntara, ¿pero qué queda de ti de judío si has renunciado a todos esos elementos comunes con tu pueblo?, le respondería: muchas cosas, quizá lo esencial“.
Estas palabras de Freud se han transformado en la mejor definición de la identidad judía laica, esa que define a la mayoría de los judíos de todo el mundo y que hasta no hace mucho era vivida de manera tan natural que pocos veían necesidad alguna de cuestionarla.
Muchos podían (y aún pueden) declararse ateos e ir entusiastamente a la sinagoga todos los viernes, ayunar en Iom Kipur y comer jamòn todo el resto del año.
Y si alguien les hubiera señalado la supuesta contradicción, seguramente se hubieran encogido de hombros y respondido “¿’vus’ contradicción? ¿qué tiene que ver ser judío con ser religioso?”
Pero los tiempos han cambiado, y la “judeidad” se ve cada vea más reducida y equiparada a la religión. Y este cambio de la grilla de lectura -en última instancia una suerte de “colonización” de la manera judía de ver e insertarse en el mundo- introduce contradicciones aparentes que antes no existían.
En otras palabras: crea oximorones imaginarios (oximoron = una frase que contiene conceptos contradictorios entre si).
La periodista argentina Patricia Kolesnicov plantea en una nota reciente una muy freudiana perplejidad ante su condición judía, en vísperas de Rosh Hashaná, y en términos muy semejantes a los de Freud:
“¿Qué tiene que ver una celebración ancestral conmigo, porteña de punta a punta? ¿Qué tiene que ver conmigo, que no piso el templo y no creo en dios ninguno, que no tengo un matrimonio en la comunidad, que entiendo ’empezar el año’ como una larga mesa, calor y Pelopincho?“
La sola necesidad de hacer este planteo dejaría perplejos a muchos de nuestros abuelos (o al menos al mío), pero es un buen ejemplo de la involución de las percepciones sobre la condición judía y lo que significa ser judío.
La conclusión de Kolesnicov termina siendo muy semejante a la de Freud, un rescate -queriéndolo o no- de eso “esencial” que hace a la condición judía en general y que está en la base de esa identidad judía laica tan “ninguneada” hoy en día:
“…Algo de continuidad, de reconocer la materia con que estamos hechos, de celebrar que somos humanos, venimos de nuestra historia“
Excursus antisemita
A diferencia de Freud, la nota también muestra la profundidad de las marcas que deja en las minorías una larga historia de persecuciones, haciendo propio uno de los prejuicios antisemitas más persistentes y nefastos de la historia, en especial de la historia argentina reciente.
Es cuando pregunta “¿Qué tiene que ver una celebración ancestral conmigo, porteña de punta a punta?”.
Mi abuela diría: “¿qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿cuál es la contradicción? ¿dónde está la incompatibilidad entre ser judía (religiosa o no) y ‘argentina de punta a punta’? ¿quiénes más que no sean los judíos se sienten -o son- obligados a preguntarse algo así? ¿quién dijo que habría que elegir entre una cosa y otra? ¿entre Rosh Hashaná y el 31 de diciembre?” El antisemitismo ya sabía de qué se tratan las fake news y la posverdad siglos antes de que se inventaran esos términos, y uno de sus más persistentes y mortíferos mitos es el que pretende que los judíos son extranjeros eternos e irreductibles, y por lo tanto culpables de doble lealtad y traición potenciales por el mero hecho de ser judíos. Incapaces ontológicas, en tanto judías, de ser “porteñas de punta a punta“.
Divagaciones sobre lo esencial
Ese “lo esencial” freudiano quizás tenga infinidad de encarnaciones singulares, pero también otras que transcienden a los sujetos para transformarse en un lazo que los cohesiona.
Quizás sea un dispositivo que funciona más allá de las creencias profesadas y voluntades conscientes, que se quiere originado en Dios pero que se autonomiza y ya no necesita de Ël para funcionar y tener efectos sobre los sujetos humanos.
Lástima que a veces, como en el caso de Kolesnicov, junto a ese “dispositivo judío” ejerce en paralelo su efecto corrosivo y deletéreo el “dispositivo antisemita”… Siguiente: Un saber que no sabe que sabe