El 17 de agosto de 1915, es linchado Leo Frank, falsamente acusado por el asesinato de una adolescente. Fue el peor caso de antisemitismo judicial de los Estados Unidos, y antecedente directo de similares falsas acusaciones y procesos arreglados contra afroamericanos
En 1913, Leo Frank fue condenado por supuestamente asesinar a Mary Phagan, una empleada de 13 años de la fábrica de lápices de Atlanta que Frank gerenciaba.
Después de que el gobernador de Georgia conmutara su sentencia de muerte, una multitud irrumpió en la prisión donde Frank estaba detenido y lo linchó.
Leo Frank se convirtió así en el único judío linchado en la historia estadounidense del que se tenga noticias hasta ahora.
“Little Mary Phagan”, como se la llamó desde entonces. salió de su casa en la mañana del 26 de abril para cobrar su salario en la fábrica de lápices y ver en Atlanta el “Desfile del día de la confederación”. Nunca volvió a casa.
Al día siguiente, el vigilante nocturno de la fábrica encontró su cuerpo, ensangrentado y cubierto de aserrín en el sótano de la fábrica.
Cuando la policia pidió a Leo Frank -que acababa de completar un período como presidente de la filial de Atlanta de la B’nai B’rith (una organización judía)- que viera el cuerpo, Frank se mostró agitado.
Confirmó haberle pagado personalmente a Mary su salario pero no pudo decir a dónde fue ella después.
Frank, la aparentemente última persona en haber visto a Mary viva, se convirtió en el principal sospechoso.
El procurador general de Georgia, Hugh Dorsey, buscó acusar a Frank ante un gran jurado. Circulaba el rumor de que Mary había sido sexualmente abusada.
Empleadas de la fábrica ofrecieron testimonios -aparentemente falsos- de que Frank les había tenido avances sexuales hacia ellas. Una madama afirmó que Frank la había llamado por teléfono varias veces, buscando un cuarto para él y una niña.
En esa época, en el sur de los Estados Unidos que los hombres afroamericanos tuvieran contacto íntimo con la “flor de la feminidad blanca” era un crimen que se castigaba con al horca.
Las acusaciones contra Frank, un judío con educación universitaria nacido en el norte, demostraron ser igualmente enardecedora de las masas.
Frente al gran jurado, Hugh Dorsey describió a Leo Frank como a un pervertido sexual, al mismo tiempo homosexual y abusador de chicas jóvenes.
Lo que no hizo fue decirle al gran jurado que un conserje de fábrica, Jim Conley, había sido dos días después que Frank, cuando lo vieron lavando sangre de su camisa.
Conley luego admitió ser el autor de dos notas que se habían encontrado en el cuerpo de Mary Phagan.
La policía asumió que era el asesino, pero Conley afirmó -después de un aparente “coaching” de Dorsey- que Leo Frank había confesado haber asesinado a Mary en la tornería, y que le pagó para escribir las notas y ayudarlo a mover el cuerpo de Mary al sótano.
Su ama de llaves testificó que Frank estaba almorzando en su casa en el momento del asesinato, pero aún así y a pesar de las grandes inconsistencias en el relato de Conley, tanto el gran jurado como el del juicio decidieron creerle a Conley.
Probablmente haya la primera vez en el sur de los Estados Unidos que el testimonio de un afroamericano hacía condenar a un blanco. En agosto de 1913, y en menos de cuatro horas de deliberación, el jurado encontró a Frank. Las multitudes fuera del juzgado gritaban “Cuelguen al judío“.
Un testigo afirmó que unos de los miembros del jurado dijo, antes de ser seleccionado: “Me alegro de que acusen al maldito judío. Deberían sacarlo y lincharlo. Y si integro ese jurado, con seguridad colgaré a ese judío“..
Ante la intimidación y la presión de la multitud, el juez de primera instancia condenó a Frank a muerte. Y expulsó a Frank de la sala del tribunal alegando que, si hubiera sido absuelto, podría haber sido linchado por la multitud de afuera.
A pesar de las flagrantes faltas al debido proceso, los tribunales superiores de Georgia rechazaron las apelaciones de Frank y la Corte Suprema de los Estados Unidos votó 7 a 2 contra la reapertura del caso, con el voto en disidencia de los jueces Oliver Wendell Holmes y Charles Evans Hughes.
La vida de Frank dependía del gobernador de Georgia, Frank Slaton.
Después revisar durante 12 días la evidencia y de la recomendación de conmutación de la pena del juez de primera instancia (evidentemente arrepentido) y de un investigador privado que había trabajado para Hugh Dorsey, Slaton cambió la sentencia de Frank a cadena perpetua (!!)
Esa noche, la policía estatal impidió que una turba de 5000 personas asaltara la casa del gobernador. Muchas familias judías huyeron de Atlanta. Slaton sostuvo su decisión.
“Hace dos mil años“, escribió unos días después, “otro gobernador se lavó las manos y entregó a un judío a una turba. Durante dos se maldijo el nombre de ese gobernador. Si hoy otro judío [Leo Frank] yacieran en una tumba porque he fallado en cumplir con mi deber, toda la vida vería su sangre en mis manos y me consideraría un asesino por cobardía“.
El 17 de agosto de 1915, un grupo de 25 hombres, descritos por sus pares como “dignos, inteligentes, de buen nombre y comprobado”, irrumpieron en el hospital de la prisión donde Leo Frank se estaba recuperando luego de haber sido acuchillado en la garganta por un compañero de prisión.
Secuestraron a Frank, lo llevaron a la ciudad natal de Mary Phagan (Marietta, a casi 200 km de Atlanta), y lo ahorcaron en un árbol.
Frank se condujo con dignidad, proclamando con calma su inocencia. Los habitantes del pueblo se tomaron fotografías debajo del cadáver oscilante de Frank, imágenes hasta hoy valoradas con orgullo por sus descendientes.
Cuando su mandato terminó un año después, Slaton no se postuló para la reelección y Dorsey ganó fácilmente las elecciones para gobernador.
En 1986, la Junta de Indultos y Libertad Condicional de Georgia finalmente le otorgó a Leo Frank, un perdón póstumo, no porque lo consideraran inocente, sino porque su linchamiento lo privó de su derecho a seguir apelando.
Los descendientes de Mary Phagan y sus partidarios aún insisten en que Frank era culpable. en su culpa.