“Sí”, “no”, “ni”, “sí, pero…”. ¿Qué elegirías para tus niños…?
Hasta no hace mucho, hubiera sido una pregunta ociosa fuera de los Estados Unidos. Pero Hollywood y Netflix han hecho que cada vez más niños del resto del mundo quieran disfrazarse y salir por el vecindario diciendo “dulce o truco”. Sobre todo los que viven en barrios cerrados, countries, urbanizaciones, condominios y etc. Digamos, antes que nada, que hasta hace poco tampoco se trataba de un gran dilema en los Estados Unidos. la mayoría de los judíos veían a Halloween como una tradición laica y desprovista de elementos problemáticos. Y, para la minoría observante, era todo lo contrario. Cada uno a lo suyo, y se terminó el problema. Pero el retroceso de la laicidad en los Estados Unidos en general, y el avance de la ortodoxia dentro de la comunidad judía en particular, han hecho que muchos se replanteen el asunto, y transformado a Halloween en un mini “dilema de Navidad”. Halloween, también conocido como Víspera de Todos los Santos o Día de Todos los Santos (All Hallows’ Eve or All Saints’ Day), fue originalmente una fiesta celta llamada Samhain, que celebraban los druidas, los sacerdotes celtas de la antigua Galia y Gran Bretaña.
La celebración señalaba el fin de la cosecha de verano, y por ello se celebraba con productos agrícolas (que no eran ni calabazas ni mazorcas de maíz, originarias de América).
Muchas creencias se asociaron con esta época auspiciosa, incluida la de que los espíritus de los muertos deambulaban buscando cuerpos para habitar. Los antiguos celtas se vestían con disfraces, haciendo ruidos fuertes para engañar y ahuyentar a los espíritus.
Estas creencias perviven hasta el día de hoy; los cementerios escoceses, por ejemplo, están abiertos las 24 horas, todos los días del año, para dejar que los espíritus “se paseen libremente”.
Alrededor del siglo V d.C., la Iglesia Católica Romana ya dominaba casi toda Europa, pero era incapaz de alejar a la gente de la celebración.
Por eso transformó al 1 de noviembre en un día para honrar a los santos de la Iglesia Católica y lo rebautizó como “Día de Todos los Santos”.
La noche anterior, el 31 de octubre, se llamó “La víspera de Todos los Santos” y se convirtió en una noche propicia para rezar por los muertos.
Muchas de las antiguas prácticas paganas y druidas se mantuvieron en la celebración cristiana, incluida la tradición de disfrazarse de fantasmas, duendes, brujas, hadas, elfos y otras criaturas míticas.
La gente iba de puerta en puerta pidiendo pequeños pasteles a cambio de recitar oraciones por los difuntos. Aquí es donde las aguas comienzan a dividirse.
Los más laicos no tienen dudas: dado que los orígenes de Halloween se derivan de costumbres celtas y de la Iglesia primitiva olvidadas hace mucho tiempo, ¿qué hay de malo en que los niños judíos participen en la versión secularizada de los Estados Unidos de la celebración?.
Para la mayoría de los judíos no ortodoxos, nada: la halajá no prohíbe que los niños participen en una noche de diversión laica junto a sus vecinos, siempre que su seguridad esté asegurada.
Para los ortodoxos, las cosas también están claras: La Torá, para ellos, prohibiría a los judíos participar en (al menos algunas) “costumbres gentiles”, una prohibición derivada de Levítico 18: 3. Este versículo ha sido utilizado por líderes religiosos judíos como fuente para determinar el código de vestimenta y el comportamiento permisible de la comunidad judía a lo largo de la historia.
Los judíos tampoco pueden participar en ritos religiosos no judíos, según su interpretación de los Diez Mandamientos. Halloween, que tiene antecedentes tanto paganos como católicos, se considera una celebración religiosa no judía y, por lo tanto, prohibida para los judíos.
Pero también hay posiciones intermedias. Las más escoradas hacia la ortodoxia, entienden que con prohibir no es suficiente, y es necesaria una alternativa. Así como Januca ha llegado a ser vista en los Estados Unidos como la “Navidad judía”, muchos postulan a Purim como la alternativa a Halloween. Esto puede resultar extraño para el resto del mundo judío, que acostumbra a relacionar a Purim con el carnaval, pero es cierto que también hay paralelos con Halloween: los niños se disfrazan y reciben golosinas de amigos y vecinos a guisa de “mishloaj manot”. Con la ventaja sobre Halloween del deber de solidaridad: costumbre de visitar a enfermos y ancianos, “mishloaj manot” que no solo se reciben sino también se dan (como paquetes de comidas para quienes lo necesitan) y “matanot la’evyonim” (obsequios a los pobres). Y la desventaja del consumo de alcohol… Otro paralelo es Simjat Torá, en donde los fieles cantan, bailan y arrojan dulces para que los niños los recojan (también como en el final de un bar mitzva sefaradí). En algunas comunidades, los niños desfilan por la sala con baldes y bolsas, pidiendo dulces a los adultos que los miran pasar.
Por último, hay quienes recuerdan que los judíos tenemos una larga historia de tomar prestadas costumbres y rituales de la cultura en la que vivimos.
La cualidad judía de estos rituales, objetos y costumbres no proviene de sus orígenes judíos, sino de cómo los hemos adaptado para que funcionen como vehículos de un significado exclusivamente judío.
Para ellos, es perfectamente posible postular un “Halloween judío”, en especial porque se originó como un festival agrícola, al igual que las fiestas judías más antiguas, muy vinculadas a los ciclos de la Naturaleza.
De hecho, Halloween está aproximadamente a mitad de camino entre la cosecha de principios de otoño que se celebra en Sucot y la oscuridad del invierno mantenida a raya por las luces de Januca. Para algunos, las brujas, demonios y fantasmas de Halloween son la antítesis filosófica del judaísmo, olvidando quizás que se trata de una representación, y confundiendo el “como si” del juego infantil con una supuesta celebración real de la muerte, algo que sería diametralmente opuesto al impulso de afirmación de la vida del judaísmo.
Por no decir que magia y superstición siempre han jugado un papel importante en el folclore judío. La afirmación de que es algo anecdótico y de que el judaísmo “normativo” evita la magia y su implicación de que los humanos pueden manipular los eventos naturales (porque ese poder reside solo en Dios) se da de bruces con la infinidad de relatos que atribuyen ese mismo poder a rabinos diversos.
Desde el Golem hasta las incontables leyendas populares protagonizadas por cabalistas y “rebes” jasídicos.
En conclusión: ¡no hay conclusión!
Si decides celebrar Halloween con tu familia o no, depende de lo que te parezca adecuado.
A pesar de todos sus fantasmas, zombis y telarañas -o gracias a ellos-, para la mayoría de los niños Halloween es una simple diversión, y muchos judíos no ven nada de malo en ello.