En los países como Israel, en donde el aborto es legal y no es un tabú cultural, son las mujeres que deben abortar por motivos socio-económicos las que se vuelven prioridad. Pero siempre hay un pero…
La religión judía permite el aborto, con mayor o menor amplitud según las diferentes interpretaciones de la ley judía, pero siempre sin transformarlo en un tabú o en una seña de identidad o pertenencia a tal o cual adscripción religiosa.
En consonancia con esa herencia cultural, el aborto es legal en Israel desde 1977 y, salvo raras excepciones, no constituye un motivo de gran debate social y está naturalizado casi al mismo nivel de cualquier otra práctica médica. Y es aquí donde aparece la otra cara de la moneda de lo que estamos acostumbrados a ver en la mayoría de las sociedades occidentales: la problemática de quienes se ven obligadas a abortar por motivos socio-económicos y no encuentran apoyo en las instituciones públicas, que de alguna manera parecen pensar que su papel se agota en asegurar el derecho al aborto de quienes así lo decidan. Todo esto está bien reflejado en la serie de TV Shtisel, que se puede ver por Netflix. En la temporada 1 y, sobre todo, en la temporada 3.
Es aquí que entra Efrat, una ONG israelí que tiene como objetivo declarado proveer de alternativas a las mujeres que acuden a realizarse un aborto no por elección real, sino porque sienten que no tienen otro recurso.
Su fundador, el fallecido Dr. Eli Schussheim decía -no sin cierta ironía- “¡soy pro-choice!” (“pro-choice” es la manera en que se identifica en Estados Unidos el campo de quienes están a favor del aborto legal), pese a que la ONG que fundó es regularmente acusada de ser lo contrario.
De su experiencia tratando con mujeres embarazadas en riesgo, concluyó que la gran mayoría desconocía las ramificaciones: médicas, físicas y emocionales de un aborto, y que no tenían acceso a una adecuada información relacionada con su salud física y emocional.
Según Ruthy Tidhar, jefa de trabajador@s sociales de Efrat, la política de la ONG sería “nunca intentar convencer a las mujeres con argumentos basados en motivos ideológicos, morales o religiosos.
Más bien, nuestro objetivo es empoderarlas a través de la información y la asistencia, para que puedan tomar la mejor decisión por sí mismas. Las mujeres que acuden a nosotros se sienten atrapadas en un aborto. Les mostramos que existen otras opciones“.
La población con la que Efrat trabaja consiste básicamente en personas que deciden abortar por situaciones de pobreza, marginalidad, abandono familiar, y problemas financieros de diverso tipo.
Dependiendo de la situación individual, Efrat proporciona lo que sea necesario para ayudar a superar las dificultades económicas y así evitar la interrupción no deseada del embarazo, orientación sobre cómo hacer uso de los programas de asistencia gubernamentales y municipales, apoyo emocional y asistencia práctica.
Esta último equivale a un paquete completo para cubrir todas las necesidades del bebé: cuna, cochecito, bañera, asiento infantil, moisés, etc., así como una provisión mensual de leche de fórmula, pañales y otros suministros para los dos primeros años del niño. En casos extremos, Efrat incluso envía una canasta de alimentos para el resto de la familia.
Además de la ayuda económica, Efrat se dedica a brindar apoyo emocional, para “asegurar que ninguna mujer se sienta sola en su brega y para permitirle alcanzar bienestar emocional y resiliencia”.
Para ello, Efrat cuenta con un equipo de unos 3000 voluntar@s capacitad@s, muchas de los cuales han considerado el aborto pero terminaron teniendo a su bebé con la ayuda de Efrat.
Estas voluntarias ponen especial voluntad en su tarea, y en muchos casos siendo una presencia activa en la vida de las mujeres a las que ayudan durante el tiempo que sea necesario.
En palabras de una voluntaria: “no hay dos casos iguales. Hay tantas cuestiones en juego; la relación de pareja, las finanzas, la dinámica familiar, la salud … No se trata solo de darles un cochecito. ¡Para nada!
Apoyar a las mujeres significa ayudarlas a redescubrir su valía y a empoderarlas para que encuentren un espacio para pensar. Significa ayudarlas con vivienda, médicos, abogados, ayudarlas a acceder a los beneficios sociales y volverlas conscientes de sus derechos”.
Su relación con las mujeres a las que apoya a través de EFRAT a menudo se extiende mucho más allá del nacimiento. Está invitada a celebraciones y fiestas de cumpleaños. Ha ayudado a las mujeres a encontrar un lugar temporal para vivir y, a menudo, ha abogado por el apoyo de la comunidad para una familia.
Los voluntarios dicen respetar la privacidad de cada mujer y que tienen cuidado de no presionar a nadie. Cada mujer decide cuánto contacto desea y si la presenta o no a su familia o amigos. “Mi objetivo es ayudar a una mujer a comprender que tiene opciones. Saben que pueden llamarme y que estaré allí para ellos, en sus términos ”, dijo.
Hay una línea directa de emergencia disponible las 24 horas para las personas que lo necesiten, necesitadas, operada por personas calificadas que las vinculan con otros equipos de Efrat, así como con otras instituciones y servicios sociales, según corresponda.
Hasta la fecha, la ONG ha participado activamente en la asistencia de unas 80.000 mujeres que eligieron no abortar -en teoría sin presiones- a partir del apoyo y contención ofrecidos por Efrat. Las actividades de Efrat no han estado exentas de controversias, sin embargo. Periódicamente se desata algún conflicto con agrupaciones feministas israelíes y su lenguaje público es muchas veces calificado de irresponsable (incluso por rabinos), pero el principal problema no pasa por allí.
En Israel se da un fenómeno curioso: la existencia de algunos grupos extremistas de extracción religiosa que -en nombre de preservar lo que consideran la verdadera manera de ser judíos- tienen la paradójica postura de imitar actitudes y discursos de otras culturas religiosas que contradicen la historia, la cultura y hasta la ley judía tradicional. En los últimos años, Efrat se transformó en campo de acción de algunos de estos grupos, con consecuencias trágicas -o criminales- en algunos casos.
La fina línea entre “ayudar a las mujeres que no desean abortar realmente” y “oponerse al aborto legal” se ha vuelto cada vez más tenue en los últimos años, y las acusaciones de “lavado de cerebros” -sobre todo de adolescentes- son cada vez más frecuentes.
¿Qué piensas…?