El 13 de junio de 1960, el encuentro entre el Papa Juan XXIII y el intelectual judío francés Jules Isaac cambia para siempre la relación entre católicos y judíos
El 13 de junio de 1960 el distinguido historiador, intelectual y educador judío francés Jules Isaac tuvo en el Vaticano un histótico encuentro con el Papa Juan XIII.
Su conversación desencadenó un largo camino de reconciliación entre el judaísmo y el catolicismo, que alcanzó un crescendo en el Concilio Vaticano II, cobró fuerza bajo Juan Pablo II y Benedicto XVI, y continúa hoy bajo el Papa Francisco –
Cuando conoció al “Papa Bueno”, Isaac ya era un conocido pionero de las relaciones judeo-cristianas, en parte debido a su amistad con el poeta y ensayista católico francés Charles Péguy.
En 1894, los dos hombres se pusieron del lado de Alfred Dreyfus y lo continuaron apoyando hasta su exoneración en 1906.
Juntos, Isaac y Péguy también hicieron campaña por la reconciliación entre cristianos y judíos, oponiéndose a una creciente ola de antisemitismo en Francia que explotó con el asunto Dreyfus.
Isaac también fue uno de los fundadores de la “Amitié Judéo-Chrétienne” de Francia, una organización dedicada a promover la amistad entre cristianos y judíos.
Una de sus obras históricas más conocidas fue un libro de 1947 titulado “Jésus et Israël”, en el que exploraba las raíces judías de Jesús.
La audiencia de junio de 1960 no fue el primer encuentro de Isaac con un Papa. Conoció a Pío XII en 1949, cuando le presentó una lista de 18 puntos que Isaac creía que podría, reforzar la educación cristiana sobre el judaísmo, con tópicos como “Jesús era judío” y “el juicio de Jesús fue un juicio romano, no un juicio judío “.
Cuando Juan XXIII anunció su intención de llamar al Concilio Vaticano II en enero de 1959, Isaac lo vio como una oportunidad para alentar a los obispos del mundo a abordar el tema de las relaciones entre entre judíos y cristianos. y solicitó una audiencia con el Papa, que se le concedió un año más tarde, mientras se llevaban a cabo los preparativos para el concilio.
Angelo Roncalli, el nombre “civil” de Juan XXIII, aportó al encuentro su propia experiencia con la solidaridad entre judíos y cristianos.
Mientras se desempeñó como embajador del Vticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial -bajo el Papa Pío XII-, Roncalli ayudó a salvar vidas falsos certificados de bautismo para niños judíos y ayudando a los refugiados a obtener visas.
También transmitió informes al Papa sobre la aniquilación de los judíos en Polonia y Europa del Este, basados en parte en lo que le relataban los refugiados judíos.
Más adelante, y ya Papa, Juan XXIII utilizó su primera liturgia del Viernes Santo en 1959 para eliminar el término “pérfidos” de una oración tradicional por la conversión de los judíos.
Según las descripciones posteriores de Isaac de la reunión de 1960, él presentó a Juan XXIII un dossier con los resultados de su investigación sobre la historia de la enseñanza cristiana sobre los judíos y el judaísmo y su papel en el fomento del antisemitismo, pidiendo que una comisión sea formada para tratar el tema en el concilio ecuménico que se avecinaba.
La respuesta del Papa, según relató Isaac, fue decir: “Ya había pensado en eso al comienzo de nuestra conversación”, y le dijo que podía retirarse con “algo más que la esperanza” de que se haría algo.
Después de las vacaciones de verano de 1960, Juan XXIII encomendó al cardenal Augustin Bea -un jesuita alemán y el primer encargado de la nueva “Secretaría de Promoción de la Unidad de los Cristianos”- la formación de un subcomité dedicado a las relaciones entre cristianos y judíos.
El secretario privado de Juan XXIII, el entonces monseñor Loris Capovilla, escribió en 1966 a Bea recordando la importancia del encuentro con Isaac.
“Recuerdo muy bien que el Papa quedó profundamente impresionado por ese encuentro, y me habló extensamente sobre ello ”, escribió Capovilla, más tarde
nombrado cardenal.
“Juan XXIII nunca había considerado abordar la cuestión judía y el antisemitismo [en el consejo], pero a partir de ese día se mostró completamente comprometido“..
Por una de esas injustas ironías del destino, ni Isaac ni Juan XXIII vivirían para ver el gran avance que resultó de su encuentro, el documento del Vaticano II llamado “Nostrae Aetate”, sobre la relación entre el cristianismo y otras religiones, con especial énfasis en el judaísmo.
Entre sus afirmaciones más importantes se encuentran las relativas a la muerte de Cristo: “de lo que sucedió en su pasión no se puede acusar sin distinción a todos los judíos, entonces vivos, ni a los judíos de hoy en dia“.
También dice que la Iglesia condena “las demostraciones de antisemitismo dirigidas contra los judíos, en cualquier momento y por cualquier persona“.
Un primer borrador del documento, titulado Decretum de Iudaeis (“Declaración sobre los judíos”) fue aprobada por Juan XXIII en Noviembre de 1961, pero la versión final con el nuevo título no fue promulgada sino en 1965 bajo San Pablo VI, dos años después de la muerte del Papa Juan XXIII en junio de 1963.
Isaac moriría tres meses después del Papa, en Septiembre de 1963.
A los tres actores principales de la promulgación de Nostra Aetate: John XXIII, Isaac y Bea, se podría agregar una cuarta, que jugó un importante papel detrás de escena: una laica italiana llamada Maria Vingiani.
Originaria de Venecia, se fascinó desde temprano en su vida con la diversidad religiosa de la ciudad, incluyendo su histórica comunidad judía. Vingiani se lanzó de lleno al
ecumenismo y el diálogo interreligioso, entablando amistad tanto con Roncalli cuando era el Patriarca de Venecia como con Isaac.
Cuando Isaac solicitó su ahora famosa audiencia, Vingiani lo apoyó con firmeza y aconsejó a Juan XXIII que la concediera.