Una mujer que gana su propio dinero y decide sobre su vida amorosa: algo normal hoy en día, pero una extrema rareza en la Edad Media. Sobre todo si esa mujer es judía…
La historia “oficial” de la comunidad judía en Inglaterra comienza después de que Guillermo I conquista el país en 1066 y los invita a ayudar a desarrollar su nuevo reino.
Ese fue el factor central en su ascenso y caída: por un lado tenían la protección del rey; por otro lado, eran vistos como intrusos, tanto extranjeros como agentes del rey. Y eran también de una fe diferente en una sociedad donde solo había una fe con derecho de residencia.
En ese mundo nació Licoricia, que es mencionada por primera vez en 1234, cuando ya era una joven viuda, con el nombre de Licoricia de Winchester (su lugar de nacimiento, de residencia o de actividad).
Licoricia era un mujer de negocios, por propio derecho o por haber heredado los de su marido.
Es gracias a eso que sabemos sobre ella más que sobre cualquiera de sus contemporáneas, judías o no judíoas: los judíos no eran considerados personas sino “bienes muebles” que pertenecían directamente al rey y podían ser gravados directamente sin pasar por el Parlamento. Por esa razón, se mantenía un estrecho control y registro de sus asuntos.
En teoría, debería haber llevado el “distintivo judío”, que en Inglaterra tenía la forma de dos tablas en piedra. Fue introducido por el Papa Inocencio III en 1215, para distinguir a los judíos de los no judíos, como harían los nazis siglos despuñes.
Sin embargo, los judíos ricos podrían “comprar” una exención, y es probable que ella también lo haya hecho.
Las mujeres de negocios judías no eran inusuales y el Winchester de la época se jactaba de ser hogar de varias y exitosas. En la comunidad judía se fomentaba la educación de las mujeres y Licoricia debe haber hablado varios idiomas (al menos francés normando, latín, inglés vernáculo y, se presume, hebreo) y habría aprendido su oficio tanto de su familia como de la comunidad.
Licoricia no solo era una consumada mujer de negocios, sino también una atractiva viuda. Otro negociante importante, David de Oxford, se divorció de su esposa Muriel en 1242 para casarse con ella.
El divorcio estaba permitido, pero era poco usuarl entre los judíos de la Inglaterra medieval, y parece haber sido sin el consentimiento de Muriel, que intentó obtener su rescisión apelando a un bet din (tribunal rabínico).
Eso llevó a una infrecuente intervención real en los fallos rabínicos, ya que el rey Enrique III, sin duda motivado por un generoso regalo de David, envió una carta prohibiendo a los rabinos anular el divorcio o impedir el casamiento con Licoricia. Obviamente, la boda siguió adelante.
Dio la casualidad de que David murió dos años después del matrimonio, dejando a Licoricia con una cartera de negocios aún más amplia que la que ya tenía.
David fue enterrado en el cementerio judío de Oxford, más adelante ocupado por el Magdalen College, y hoy se encuentra debajo del Rose Garden, cerca de los jardines botánicos de Oxford. No quedan lápidas, aunque se ha colocado una placa conmemorativa en el sitio.
Como solía suceder cuando la Corona avizoraba una ganancia inesperada, Licoricia fue llevada a la Torre de Londres mientras se definía la herencia de David. Licoricia tuvo que pagar alrededor de 7.000 libras de la época por la sucesión, una suma tan enorme que sirvió para pagar buena parte de la construcción de la Abadía de Westminster y la rica tumba de Eduardo el Confesor.
Licoricia permaneció en Oxford hasta su muerte en 1277, durante un robo a su casa en Jewry Street, en el que también fue asesinada su empleada.
Tal era su renombre en la época que la noticia de su muerte llegó incluso hasta la lejana comunidad judía de Alemania.
Luego de la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290, los descendientes de Licoricia se establecieron en Francia, junto con los remanentes de la comunidad judía inglesa de la Edad Media.