¿Qué harías si el músico más famoso del mundo pusiera el mundo a tus pies, con una condición…?
Este artículo fue originalmente publicado en la revista “Ost und West” (Este y Oeste) del año 1901 y, traducido al español, en la revista Herencia Judía No 16 (Segunda Serie) en el año 1978.
El articulo dice:
“…Habrá pocos que tendrán conocimiento de que Beethoven tuvo relaciones muy tiernas con una judía de nombre Rahel Loewenstein, cuando vivía periódicamente en Viena, en el año 1792.
En aquel entonces la niña tenia 17 años, era de una gran belleza y cultura, de manera que el joven maestro estaba decidido a casarse con ella.
[Aclaración: en la época, no existía el casamiento civil, y el casamiento entre dos personas de diferente religión solo era posible si una de ellas se convertía a la religión del otro. Dada la situación de desigualdad y a la relación dominante/dominad@, en la práctica esto siempre significaba la conversión de la parte judía al cristianismo].
… Entre ambos hubo un intercambio de cartas. Los originales se encuentran en el Codex No. 7989 de la entonces Biblioteca Real de París y están anotadas en la obra de Alfred Prins. Los enamorados escribieron en parte en prosa y en parte en verso.
Beethoven escribió el 8 de mayo de 1792 a Rahel Loewenstein:
‘¿Por cuánto tiempo te busca
En vano mi triste mirada?
El sol de mi vida
Sólo volverá contigo.
En todos mis caminos
Se apaga el resplandor del día.
Estoy cargado de dolor
Abandonado y solo‘.
Rahel Loewenstein escribió el 11 de mayo de 1792 a Beethoven:
‘¡Oh ilusión frivola! Ya se pierde
la visión gentil;
Mi ojo busca y encuentra,
Mas, mi brazo no te alcanza.
Estamos separados por altas colinas,
La felicidad queda alejada por siempre.
Frena tu amor
y soporta tu destino‘.
El 19 de mayo de 1792 Beethoven y Rahel Loewenstein se encuentran en secreto en los alrededores de Viena. Beethoven quiso escaparse con ella y le juró lealtad y amor eternos con todo el fuego del joven enamorado.
En ese encuentro, Rahel se hace conocer como judía.
El 26 de mayo de 1792 Beethoven le escribe:
‘¡Te trato de tú! ¡Estoy seguro que me lo perdonarás! ¡No te puedo dejar aunque seas una judía! La Sagrada Escritura conoce los nombres de los hombres de tu pueblo y cuenta las obras brillantes que han hecho.
Pero aparté mi mirada y vi’ en lo profundo de mi corazón el santuario de mi templo: ¡El salvador! Oh, ¿por qué no están reunidos todos los hombres en el campo del salvador?
Qué desolación hay aquí en la tierra y qué destino celoso nos ha hundido en la ruina y en la noche a los hombres. Rahel, mi amada, por mi inquietud cariñosa, reconoce el esplendor del salvador ¡porque de generación en generación su nombre brillará más en la tierra!
Con tu pueblo la gente no tiene piedad; la palabra del cura siempre hace recordar lo pasado. Convierte tu corazón al salvador y aumenta en silencio el tesoro de la experiencia. ¡La felicidad de tu pueblo es el sufrimiento! ¡Quiero que seas mía, para conocer la felicidad, la felicidad cristiana!’
El 28 de mayo de 1792 Rahel Loewenstein escribe a Beethoven:
‘Hoy es la última vez que escribo. Usted critica a mi pueblo y ¿a quién elogia? Los sufrimientos de nuestros padres trajeron bendiciones y gran beneficio a generaciones venideras.
Ningún pueblo está tan firme como el de Israel. ¡Lo que la inteligencia de Israel ideó a través de los tiempos, ustedes lo aprovechan, los que vinieron más tarde, sin veneración ni agradecimiento!
Sobre madera quebradiza afrontamos tormentas enfurecidas y miramos con profundo respeto la noche del pasado. Viendo el rostro de mi padre veo todos los personajes erguidos de Israel.
El corazón de vuestro pueblo, lleno de malos propósitos, consagró a los mejores de mi pueblo a la perdición. Con boca bendita ustedes enseñaron frases. Pero cayeron deplorablemente, perseguidos por atormentadores y asesinos.
Algún día, después de transcurrido mucho tiempo, ¡vuestros nietos reconocerán la injusticia y dejarán en libertad la vida mutilada de Israel!
Hasta vuestros sacerdotes, los consagrados a Dios, deshonraron su música de cuerdas con mentiras. Ni los dignos de Israel apreciaron, ni los mejores podían honrar. En el nombre del cielo levantaron la voz y echaron veneno ¡y querían aleccionar a nuestro pueblo y convertirlo!
Muchos hubo de la casa de Israel que cortejaron a los poderosos por sus favores. ¡Por eso están perdidos para Israel y despreciados por Israel! ¡Déjeme, querido forastero, déjeme! ¡Esto es lo que le pido! ¡No me persiga más con su amor !
¿Será premonición de debilidad y miedo lo que me hace cambiar tanto y pedirle que se mantenga alejado? ¡Cielos poderosos! ¡Si mi padre supiese lo que he hecho! Tenga piedad de mí y no llene mi vida angustiosa con más aflicciones’.
El 3 de junio de 1792 Beethoven escribe a Rahel Loewenstein:
‘¡Dulce Rahel! ¡Yo y tú – somos niños! ¡Oh, adiós, adiós! ¡No podemos pertenecer el uno al otro! Acepta el consejo de mi último verso:
Sal de ti misma valerosamente
con tu corazón enfermo.
Ven y deja sangrar tu dolor
En el altar del Señor’
Aquí se pierde el rastro en la historia de Rahel Loewenstein, la mujer que le dijo que no al amor de Beethoven para no pagar el precio exigido de la traición a su pueblo.