Los nazis entrenaban a sus perros para torturar y matar a los judíos. Pero a veces esos perros eran más “humanos” que sus dueños…
Tammy Bar-Yosef es una historiadora israelí que investiga una rama inexplorada de la historia de la Shoa: los perros en el Holocausto.
Los nazis utilizaron 200.000 perros durante la guerra, para vigilancia, disuasión y custorida, pero también como perros de ataque, para atormentar y matar a los judíos.
Muchos supervivientes han descrito cómo los perros de los nazis estaban presentes en muchas estaciones de tránsito del Holocausto, y los ataques que sufrían por parte de esos perros.
Entre los más “famosos” estaban Rolf, el perro de Amon Goeth, comandante del campo de concentración de Plaszow (que aparece en “La lista de Schindler”9 y Barry, el perro de Kurt Franz, comandante de Treblinka, que también estaba entrenado para atacar a los prisioneros.
Sin embargo, al analizar y documentar los recuerdos de los sobrevivientes Bar-Yosef ha descubierto la existencia de otras historias: perros que ayudaron a los judíos, compartiendo sus perreras o comida, o incluso protegiéndolos y salvándolos.
Una de esas historias es la de Nina Dinar, amante de los perros desde su niñez, y del gran danés que salvó su vida en un campo de concentración nazi en Polonia.
Dinar nació en Varsovia en 1926. Era amante de los perros, a los que comenzó a criar desde que era una niña pequeña-
Continuó haciéndolo incluso cuando fue deportada al gueto junto con su familia, haciéndose cargo del perro de un vecino que ya no podía tenerlo.
Su padre fue asesinado en abril de 1942. Un año después, cuando comenzó el levantamiento del gueto de Varsovia, Nina y su madre se mudaron de sótano en sótano, gracias a la resistencia clandestina judía.
Más tarde, cuando los alemanes atacaron el búnker en el que se encontraban, Nina y su madre fueron capturadas y deportadas al campo de exterminio de Majdanek. Permanecieron allí por cuatro meses, levantando piedras pesadas.
Un día Nina resultó herida por disparos mientras trabajaba. A causa de eso, las dos llevadas al campo de trabajo de Skarzysko-Kamienna en la Polonia ocupada por los nazis, en el que los judíos eran trabajadores esclavos en una fábrica de armamento alemana.
El perro del oficial nazi
Cuando Nina y su madre llegaron al campo, fueron enviadas al patio de armas, en el que se encontraba un oficial nazi, Artur Rost junto a su perro, un gran danés blanco con manchas negras.
Nina no pudo resistir la tentación y llamó al perro con un chasquido de sus labios. El perro se alejó de su dueño y se dirigió mansamente hacia ella, ante la sorpresa de las otras prisionaeras y de su dueño, que sabían que el perro estaba entrenado para atacar a los judíos.
Durante los meses siguientes, Nina se vio sometida a durísimos trabajos forzados. Pero el perro la encontraba dondequiera que estuviera. El vínculo especial entre ella y el perro llamó la atención de su dueño, el oficial nazi, que comenzó a darle algo de la comida del perro como suplemento.
Eso es lo que probablemente le haya permitido sobrevivir a las condiciones inhumanas en que se encontraban, mientras que su madre murió de hambre.
En agosto de 1944, cuando los rusos se acercaban, los alemanes decidieron evacuar el campo y asesinar a los trabajadores esclavos más debilitados. Nina fue enviada al grupo destinado a la muerte. Pesaba solo 32 kg, estaba hinchada por la desnutrición, sin pelo y sufría de varias enfermedades.
En ese momento, llegó el oficial nazi con su perro, para verificar si había suficientes personas en el grupo marcado. No identificó a Nina, que estaba irreconocible.
Pero sí lo hizo su perro, que la reconoció de inmediato y fue hacia ella. Rost la sacó del grupo condenado y la puso en otro, el de los destinados a vivir. Luego fue enviada al campo de Buchenwald, en Alemania, y así escapó de la marcha de la muerte.
Y así como se salvó gracias al gran danés de un oficial nazi.
Una historia rara, pero no única
Bar-Yosef encontró 10 casos más de perros que salvaron a judíos durante la Shoá.
Todos los niños que fueron salvados eran amantes de los perros que que los habían criado antes del Holocausto, y esa capacidad para relacionarse con ellos es lo que les permitió sobrevivir.
Una de las historias que descubrió Bar-Yosef fue la de Roman Schwartz, también un sobreviviente. Amon Goeth lanzó a su perro sobre sobre Schwartz, que había sido sorprendido robando cáscaras de patata.
Schwartz, un amante de los perros, ordenó al perro que se detuviera y se sentara. Goeth quedó impresionado y le perdonó la vida.