No solo el vino, también tienen las uvas tienen un papel central en la cultura judía. Y ni que hablar a la hora del amor…
Las uvas en la tradición judía
La importancia del vino en los milenios de historia y en la cultura del pueblo judía es tan evidente como inabarcable. Baste recordar que forma parte fundamental de las ceremonias y rituales más presentes en la vida y los recuerdos de todos los judíos, sin importar el grado de observancia religiosa: kabalat shabat, seder de Pesaj, bat o bar mitzva, la lista es infiinita.
Ese papel central del vino vela un poco el lugar de importancia -simbólica y no solo- que tienen las uvas en la tradición judía.
En la literatura judía de los siglos II a I aec, la vid es presentada como un símbolo mesiánico prominente (Enoc, 32: 4), y se sugiere que el fruto del árbol de la sabiduría era “como racimos de uvas en una vid”.
La uva es uno de los árboles frutales cultivados más antiguos. En la Torá leemos que Noé plantó una viña después del Diluvio.
Tenía buenas intenciones, nos dicen nuestros Sabios, porque el mundo era un lugar lúgubre y triste después del Diluvio, y Noé quería traer algo de alegría al mundo.
Desafortunadamente, bebió demasiado vino y se metió en problemas.
De la Torá aprendimos por primera vez que los reyes antiguos tenían coperos especiales, que preparaban el vino del rey y lo llevaban a su mesa.
Conocemos la historia del encuentro de José con el mayordomo principal del faraón en prisión y cómo interpretó el sueño de este último, que se hizo realidad.
Nehemías era el copero del rey persa Artajerjes I en Susa antes de convertirse en gobernador de Judea y líder de los exiliados que regresaban.
Se cree que el origen de la vid se encuentra en la cuenca del Mediterráneo. La Torá dice que los doce exploradores que envió Moisés a investigar la Tierra Prometida trajeron consigo muestras de las uvas cultivadas allí.
Y agrega la Biblia que el peso de un racimo de uvas requería para ser transportado de dos hombres en cada extremo de un madero.
El profeta Oseas ha comparado al pueblo judío con una “vid exuberante” (Oseas 10: 1), cargada con una abundancia de frutas jugosas.
El mismo profeta dijo: “Como uvas en el desierto he encontrado a Israel” (9:10). ¿Qué podría ser más bienvenido que refrescarse con uvas en el desierto?
El profeta Isaías (capítulo 5) habla de su pueblo como la “Viña de Di-s” y reprende a los pecadores que son una desilusión para Di-s como las uvas amargas para un viticultor.
El jugo de la uva es objeto de especial alabanza en las Escrituras. El “árbol de la vid” se distingue de los otros árboles (Ezequiel xv. 2).
La higuera es la siguiente en rango a la vid (Deut. VIII. 8), aunque como alimento el higo es de mayor importancia (comp. Num. Xx. 5) que el “vino que alegra a Dios y al hombre” (Jueces ix 13; comp. Sal. Civ. 15; Eccl. X. 19).
El vino es un buen estimulante para “los que se desmayan en el desierto” (II Sam. Xvi. 2), y para “los que están apesadumbrados” (Prov. Xxxi. 6).
Para la kabalá las uvas corresponden a tiferet (belleza), que se caracteriza por el equilibrio entre sus componentes, diferentes y en ocasiones contrarios.
Dado que tiferet es el equilibrio perfecto entre jesed y gevura, las uvas incluyen cualidades tanto nutritivas como de eliminación.
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