Ni Jehová, ni Yahvé: el Nombre de Dios se trata de otra cosa…
Vale la pena hacer hincapié en esta idea de que Dios tiene un nombre secreto, compuesto por cuatro letras hebreas: yod-heh-vav-heh (también conocido como el “Tetragrammaton”).
El nombre de Dios está conectado con el verbo “ser” (en hebreo). Muchos comentaristas han sugerido que esta conexión dice mucho sobre la esencia de Dios.
Dios está siendo Él mismo o, como Dios le dice a Moisés cuando le pregunta por su nombre: “Diles que mi nombre es ‘Seré el que seré” (Éxodo 3:14) (aunque muchos lo traducen como “Soy el que soy”).
El secreto de Dios del nombre está contenido en su pronunciación más que en sus letras. Dado que esas letras son consonantes hebreas, y que en la Biblia no se precisan las vocales que las acompañan, es como si el nombre de Dios estuviera escrito como “D’s” y no supiéramos qué agregar entre la D y la s.
Según la tradición judía, la pronunciación correcta era conocida solo por el Sumo Sacerdote, y aparentemente esa información se perdió con la destrucción del Templo en el año 70 ec.
Como no sabemos pronunciar el nombre de Dios, la tradición judía sostiene que debemos evitar escrupulosamente incluso el tratar de pronunciarlo.
Entonces, cuando se encuentra yod-heh-vav-heh en el libro de oraciones, se lo reemplaza por “Adonai”, que significa “nuestro Señor”, pese a que esta palabra se escribe completamente diferente.
Cuando se usan las cuatro letras, las vocales para Adonaí se colocan debajo de ellas como recordatorio de lo que debe ser pronunciado.
Algunas traducciones cristianas de la Biblia leen equivocadamente el Tetragrammaton, y lo transliteran como “Yahvé” o “Jehová”. Contrariamente a la creencia popular, estos dos nombres no son en absoluto utilizados por los judíos. La tradición judía entiende que los nombres tienen poder. Dado que Adán dio nombre a los animales en el jardín del Edén, se le dio dominio sobre ellos.
Como resultado, hay quienes creen que es mejor que no conozcamos la forma correcta de pronunciar el nombre de Dios. Si supiéramos como hacerlo, de alguna manera eso podría darnos poder sobre Dios, un poder que sería peligroso para nosotros controlar.
Todo esto es parte de la razón por la que el rito de Iom Kipur en el Templo era tan fundamental para el judaísmo: era la única vez en el año en la que el ser humano podía
encontrar plenamente a Dios y pronunciar su nombre, de pie en el lugar donde el cielo y la tierra se tocaban.
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