Malabares con ocho antorchas encendidas y paradas de manos sobre dos dedos: los rabinos del Talmud sabían divertirse…
Una de las tradiciones que más se extrañaron en Israel en estos tiempos de pandemia fue la de “Simjat Beit Hashoavah”, las alegres jaranas nocturnas que acompañan en tiempos modernos a la festividad de Simjat Torá. Sinónimo de “fiesta” en tiempos del Segundo Templo, tenía lugar en torno a un ritual del agua: el Regocijo (Simjat) en el Lugar de (Beit) la Toma de Agua (Hashoavah). En épocas del Templo de Jerusalem, todos los días del año se vertía una ofrenda de vino sobre el altar. Durante Sucot, se agregaba una libación de agua (nisuj hamaim).
Cada mañana de Sucot, los sacerdotes iban al estanque de Siloah cerca de Jerusalén para llenar un frasco de oro. Toques de shofar les daban la bienvenida a su llegada a la Puerta del Agua del Templo.
Luego subían y vertían el agua para que fluyera sobre el altar simultáneamente con el vino que fluía de otro cuenco.
Cuando el sacerdote estaba a punto de verter el agua, la gente gritaba “¡Levanta la mano!” debido a un incidente que ocurrió años antes: el sumo sacerdote Alejandro Janneo (103-76 aec) mostró su desdén por el ritual al derramar el agua en sus pies, transgresión que los fieles castigaron arrojándole los etrogim que portaban.
En base al pasaje de Isaías que dice “Con gozo sacarás agua de los manantiales de la salvación” (12: 3), la fiesta comenzaba al final del primer día y tenía lugar todas las noches excepto Shabat.
El Talmud dice que “quien no presenció Simjat Beit Hashoavah, en su vida vio regocijo verdadero“.
Aunque la celebración era por la libación que se haría a la mañana siguiente, su nombre se refería a la preparación del ritual -la extracción del agua- para demostrar que prepararse para una mitzvá era a veces de mayor mérito que la mitzvá en sí, debido a su efecto positivo en la persona que lo hace.
El Talmud describe las festividades en detalle, comenzando con el encendido de un inmenso candelabro en el patio del Templo, que generaba una luz tan intensa que iluminaba todos los patios en la ciudad.
Una orquesta de levitas, con flautas, trompetas, arpas y címbalos, acompañaba las procesiones con antorchas, y quienes se habían ganado la capacidad de un verdadero gozo espiritual a través de su pureza, carácter y erudición bailaban extasiados al compás de palmas, golpes de pie en el suelo y los himnos entonados por las multitudes.
Rabinos, gimnastas y malabaristas
Parece ser que los rabinos de los tiempos del Talmud eran una fuente de sorpresas: ágiles no solo mental sino también físicamente: rabi Simón ben Gamaliel (uno de los más famosos sabios talmúdicos) se distinguía haciendo malabarismos con ocho antorchas encendidas y acrobacias como hacer la “vertical” apoyado sobre solo dos dedos.
Otros rabinos hacían malabares con ocho cuchillos, ocho copas de vino u ocho huevos ante líderes y altos dignatarios.
Al amanecer, cuando el regocijo disminuía, los sacerdotes representaban lo que se suele identificar como la transformación de otro rito popular, que teñía el objeto de reavivar al sol menguante que se acercaba al equinoccio de otoño.
Con toques de trompeta, los cohanim descendían los escalones del patio de las mujeres, marchaban hacia la puerta oriental, volvían sus rostros hacia el oeste -hacia el templo- y proclamaban: “Nuestros padres estaban en este lugar de espaldas al templo y sus rostros hacia el oriente y adoraban al sol, pero nuestros ojos se vuelven hacia el Señor”(basado en Ezequiel 8:16). Este ritual tiene sorprendentes semejanzas con el Omizutori, el Festival de Recolección del Agua que tiene como epicentro el templo Nigatsu-do de Nara, Japón, y que celebra con una procesión de antorchas encendidas alrededor del templo.