El Día del Perdón es la culminación de un camino interior de transformación. Estas son sus etapas…
La periodista argentina Patricia Kolesnicov termina la nota que comentábamos en el capítulo anterior con un comentario sobre Iom Kipur.
“Dentro de una semana, en el calendario judío, será el Día del Perdón. La religión indica que se trata del perdón de los votos hechos a Dios“.
Hasta aquí vamos bien. La tradición judía indica que el perdón del “Día del Perdón” se trata de eso.
Pero no solamente de eso, y aquí es donde la cosa se complica.
Kolesnicov continúa:
“Pero los ateos, que de eso no tenemos nada, aprovechamos: buen momento para mirarse, ver en qué nos fallamos a nosotros mismos (¿podremos perdonarnos?) y qué macanas les hicimos a los demás. Y ojalá, en este año que empieza y en el que seremos mejores, podamos hacer algo para reparar lo dañado“.
Este es un buen ejemplo de un “saber que no sabe que sabe”, pues un rabino no podría haberlo dicho mejor: todo lo que describe es también parte indisociable, imprescindible y obligatoria de Iom Kipur.
De hecho, para la tradición judía, reparar los errores cometidos contra el prójimo es un pre-requisito sin el cual es imposible buscar el perdón por los errores cometidos contra Dios.
Teshuvá, perdón y reparación
En la base de Iom Kipur se encuentra la teshuvá, que como vimos en otra nota, es mucho más que arrepentimiento.
Iom Kipur se trata de buscar el perdón de las otras personas, y luego de Dios, por todos el mal que podamos haber hecho y los errores que hayamos cometido el año anterior.
El judaísmo distingue entre los errores cometidos contra Dios y los errores cometidos contra otras personas.
Los rabinos de la Mishná (parte del Talmud) lo dicen de esta manera:
“Iom Kipur tiene efectos de expiación por las transgresiones entre Dios y los seres humanos; pero para las transgresiones entre los seres humanos, Iom Kipur tiene efectos de expiación solo si uno ha apaciguado a su prójimo” (Mishnah Yoma 8:9).
Esta idea es crucial para la observancia de Iom Kipur: si somos sinceros al arrepentirnos ante Dios, la expiación se concede por aquellos pecados relacionados con Dios (por ejemplo, al no rezar, o no observar los mandamientos rituales).
Pero con respecto a las personas a quienes hemos perjudicado, el judaísmo nos obliga a acercarnos a esas personas y buscar el perdón directamente ante ellos.
Obviamente, no puede haber arrepentimiento sincero sin acción reparadora, pues no se trata solo de palabras sino de intentar compensar o corregir las consecuencias de nuestros actos, y a ello se refiere la frase “apaciguar a su prójimo“.
En el judaísmo, no hay por lo tanto “confesión” por los errores cometidos contra el otro, y la absolución solo puede ser dada por la persona que ha sido agraviada.
La tradición judía indica que si la persona que ha sido herida o perjudicada se niega a perdonar, el que busca el perdón tiene que regresar tres veces a pedirlo.
El gran filósofo judío medieval Moisés Maimonides describió los tres pasos del arrepentimiento ante los demás:
– El primer paso es reconocer el error cometido y reparar cualquier daño causado.
– El segundo paso es comprometerse a no repetir el mismo error otra vez.
– El tercer paso es no repetirlo al tener que enfrentar el mismo conjunto de circunstancias.
Maimonides lo dice de esta manera:
“¿Qué es un completo arrepentimiento? El arrepentimiento perfecto ocurre cuando al ofensor se le presenta la oportunidad de repetir la ofensa y se abstiene de cometerla debido al arrepentimiento, y no por miedo o imposibilidad física ” (Hiljot Teshuvá 2:1).
Una famosa parábola rabínica nos dice que Dios creó la teshuvá -arrepentimiento- antes que al mundo. En otras palabras, Dios sabía incluso antes de crear el mundo que los seres humanos necesitamos una oportunidad para comenzar de nuevo.
Hay una profunda comprensión de la condición humana en esta parábola. En su esencia, el arrepentimiento proporciona al alma una oportunidad de reconocer los errores, manteniendo la esperanza de poder comenzar de nuevo.
El “retorno” (eso es lo que significa teshuvá), entonces, no es simplemente retorno a Dios. Es, ante todo, retornos a nosotros mismos, a nuestra humanidad esencial, y a nuestra capacidad de ser humanos.
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