La Kabalá enseña que el ojo es un espejo en miniatura que refleja la totalidad de la persona creada a imagen de Dios, tanto cuerpo como alma.
El ojo tiene cuatro colores que corresponden tanto a las cuatro letras del Nombre esencial de Dios, Havayah, como a las cuatro patas del trono y el carro divinos.
El blanco de la conjuntiva
El blanco del ojo refleja la iud del Nombre Havayah y corresponde al poder de la sabiduría, la percepción divina, y su derivada emotividad (a lo largo del eje derecho del árbol sefirótico de la vida): el poder de la bondad amorosa.
Estos son los atributos espirituales de nuestro primer patriarca, Abraham.
El rojo de los vasos sanguíneos
Alrededor y penetrando en el “mar” blanco (de sabiduría) del ojo hay pequeños pero visibles vasos sanguíneos rojos.
El rojo de los ojos refleja la hei del Nombre Havayah y corresponde al poder de comprensión (el poder intelectual izquierdo), la capacidad del alma de meditar en lo Divino (el servicio espiritual al que se hace referencia en la Torá, metafóricamente, como “bebiendo vino”) y su emotividad derivada, el poder de la fortaleza (junto con su propiedad interna, el poder del asombro reverencial). Estos son los atributos espirituales de nuestro segundo patriarca, Isaac.
El iris
En general, cuando hablamos del color de los ojos que distingue a un individuo de otro, nos referimos al color del iris.
En términos generales, uno puede tener ojos azules, marrones o ojos verdes, con varios tonos intermedios. En la terminología de la Torá, todos esos colores se consideran matices de un color general denominado “amarillo-verde” (yarok).
El color particular de los ojos de cada individuo refleja la vav del Nombre Havayah y corresponde al poder central de la mente, el conocimiento (da’at).
Nuestros sabios enseñan que es el da’at de cada persona lo que distingue su personalidad de la de otra: así como el rostro de cada individuo es diferente al de otro, también lo es el da’at de cada quien. Por eso es que el color particular de los ojos ojo varía de una persona a otra.
Da’at se conoce como la “llave” que abre todas las cámaras del corazón, los seis poderes emocionales que van desde desde jesed (“bondad amorosa”) hasta yesod (“verdad”, “fidelidad” y “devoción”). Estos a su vez corresponden al espectro completo de los colores del arco iris.
Con respecto a los colores particulares de los ojos:
– los distintos tonos de azul corresponden al eje derecho del corazón, jesed y netzach (“victoria”, “confianza”)
– los distintos tonos de marrón corresponden al eje izquierdo del corazón, gevurah (“poder”, “asombro”) y hod (“acción de gracias”, “gloria”)
– los distintos tonos de amarillo/verde corresponden al eje central del corazón, tiferet (“belleza”, “misericordia”) y yesod.
Aunque da’at abre todas las cámaras del corazón, su principal derivada (su manifestación primaria en las emociones) es el poder de tiferet (amarillo) y la derivada inmediata y directa de este último, el poder de yesod (verde).
El amarillo es el color del sol y el verde es el color de la vegetación alimentada por los rayos de la luz del sol (por el proceso de fotosíntesis).
Por lo tanto, entendemos por qué, en la terminología de la Torá, se elige el amarillo verdoso para representar el color que incluye a todos los demás (cuyos tonos varían de persona a persona).
Tiferet significa “belleza”, definida en Cabalá y Jasidut como la combinación armoniosa de muchos colores. La belleza de los ojos está en su color individual, que en cierto sentido refleja o sugiere el espectro completo del arco iris.
Los atributos espirituales correspondientes al color individual de os ojos, daát y tiferet, son los de nuestro tercer patriarca, Jacob.
De Jacob se dice que “su cama está completa”, con doce hijos, los progenitores de las doce tribus de Israel.
Cada tribu poseía su propio color, el color de su piedra preciosa en el peto del sumo sacerdote y el que se mostraba en su bandera (que marcaba su campamento en el desierto).
La pupila
Finalmente, llegamos a la pupila del ojo, cuyo color –o mejor, ausencia de color– es el negro.
La pupila del ojo se conoce en la Torá como la “hija” del ojo. En la Cabalá, la figura de la “hija” siempre está asociada con el poder de Maljut (“reino”), la última de las sefirot, que, “sin poseer nada propio” (solo lo que recibe de arriba), corresponde al negro.
La experiencia de la humildad existencial y la distancia de Dios es la propiedad interna de Maljut.
Esa es la propiedad del rey David, quien dijo: “y [siempre] seré humilde a mis propios ojos”, que puede interpretarse simbólicamente como una alusión al estado intrínseco de humildad dentro del ojo, su negra pupila.
El poder de la visión emana del punto más íntimo de la pupila del ojo. Como en el comienzo de la creación, la luz brilla a partir de la la oscuridad: “la oscuridad precede a la luz”.
El profeta dice: “desde lejos Dios se me aparece”: desde el punto más íntimo del estado existencial de sentirse “lejos” de Dios brilla la luz de Dios ante los ojos del ser humano.