Una selección de perlas de la sabiduría judía, sobre el bien, justicia y los justos
El Midrash y otros escritos
– Si otros hablan mal de ti, toma lo peor que digan de ti como si fuera una nimiedad.
Pero cuando tú hables mal de otros, entonces que cualquier observación nimia te parezca terrible.
– Si has hecho mucho bien, que sea poco a tus ojos; pero que un beneficio pequeño por parte de otros te parezca grande.
– Hay siete clases de ladrones, pero el mayor de todo es aquél que engaña a su prójimo (Toseftâ Babá Kamá VII,8) – Un solo ser humano importa tanto como toda la creación. Salvar o destruir un alma humana equivale a salvar o destruir el mundo (Avot de Rabí Natán 39)
El Talmud
– Decía Rabí Levi:
El castigo por usar medidas falsas es mayor que el castigo de la inmoralidad.
¿Por qué esa severidad mayor?
Porque al tratarse de inmoralidad, hay la posibilidad de la penitencia; al tratarse de medidas falsas, no la hay (Babá Batrá 89b)
– Cuando algún día te encuentres ante el trono de juicio de Dios, la primera pregunta que se te dirigirá es si fuiste honrado en todos tus negocios (Shabat 31 a)
Maimónides
La pena de muerte
Aquél que emplea a un asesino para que mete al prójimo; el que mandara a sus servidores para que lo mate, o que lo ate y lo echa a un león para que lo mate; luego el suicida – todos ellos vierten sangre.
La culpa del asesinato está en sus manos y se hace merecedor a la muerte por mano del Cielo (Dios), pero no por manos de un tribunal (humano).
Mishné Torá, Hiljot Rotzeaj II,2
Testimonio contra si mismo
Un tribunal no debe condenar a un acusado a morir; ni siquiera a la pena de azote, a base de su propia confesión.
La confesión de un acusado no tiene valor, porque éste puede estar de espíritu turbado en esta materia; puede pertenecer a los que se sienten hartos de la vida y se clavan cuchillos en el cuerpo o que se lanzan desde un tejado; pudiere ser que uno de ellos venga a declarar algo que no ha cometido, para que se le mate.
Pero lo principal en la materia es que el Rey (Dios) el que exige dos testigos. Iad Jazaká, Sanhedrín XVIII