¿Aparecen Richard Gere y Julia Roberts en el Talmud…?
Obviamente que no, pero ¿que te parece esta historia para otra película del mismo estilo?
Es una vieja historia: un hombre conoce a una mujer, descarriada (siempre lo son las mujeres, pero ese es otro tema) y seductora, el hombre “rescata” y amb@s se enamoran.
Es, claro está, la historia de Richard Gere y Julia Roberts en “Pretty Woman”, pero esta película es solo la versión moderna de un tema que se viene tratando desde la antigüedad, en textos en griego, latín y siríaco.
Muchas versiones de esta historia circularon entre los antiguos cristianos y generalmente subrayaban el mensaje de que el arrepentimiento y la salvación eran posibles incluso para quienes se consideraban los estratos más “pecadores” de la sociedad.
Este tema no está ausente de la tradición judía, pero con variaciones de importancia, de fondo sobre todo.
La versión judía más conocida de la historia tiene un elenco muy diferente.
El Talmud (Menajot 44a; también se encuentra una variante en el Sifre de Números) cuenta la historia de un hombre que paga cuatrocientos dinares para acostarse con una prostituta célebre por su belleza y que no solo cobra una enorme suma de dinero por sus servicios sino que también obliga a sus clientes a esforzarse para alcanzarla: deben subir una formidable torre de siete camas —seis de plata y la última de oro—, una encima de la otra, usando escaleras -también seis de plata una de oro-, para llegar hasta ella, que los espera en la cima.
En este relato, es la mujer quien tiene toda la potencia, representada por la riqueza que ostenta la torre erecta que los obliga a trepar.
También es transparente en el texto la lección “sexológica”: a la consumación se llega paso a paso, despacito, sin apuro y con esfuerzo (del hombre).
El texto talmúdico no es tímido, y continúa relatando cómo el hombre llega a la cima y queda desnudo frente a la mujer que lo espera también desnuda, amb@s sentados frente a frente.
Y aquí es cuando la historia da un giro: justo en ese momento -y en una escena digna de un dibujo animado-, sus tzitzit (las “franjas en las puntas de sus ropas” que orden la Biblia y que se encuentran en las cuatro puntas del talit), se elevan por sí solos y lo golpean en la cara, tirándolo al suelo desde lo alto de la torre de camas (de la potencia a la impotencia, digamos).
Como nunca había sido rechazada así (o tenido ese efecto en un hombre), la mujer salta detrás y exige que le diga que falta ha encontrado en ella.
El hombre admite que ella es la mujer más hermosa que ha visto en su vida, pero explica con tristeza que sus tzitzit le han advertido sobre las consecuencias de su transgresión (que no se menciona, pero se supone que es la de mantener un encuentro sexual ilícito).
Impresionada por el compromiso y el autodominio (ayudado por los tzitzit) del hombre, la prostituta le pide todos los datos de su maestro. Él se los anota en una nota, y ella se despoja de la mayor parte de sus bienes y va en busca del rabino en cuestión.
Cuando llega a la sala de estudios del rabino Hiyya le dice: “Mi maestro, instruye a tus alumnos sobre mí y haz que me conviertan“.
Rab Ḥiyya le responde: “Hija mía, ¿quizás te fijaste en uno de los estudiantes y es por eso que quieres convertirte?”
Ella toma la nota que el estudiante le había dado y se la entrega al rabino.
El rabino Hiyya ni siquiera se sorprende y, en una actitud más “moderna” que la de muchos rabinos actuales, le dice: “Ve a tomar posesión de lo que has adquirido“.
Curiosa inversión de roles: la ex-prostituta es ahora quien compra, y el estudiante pasa a ser el adquirido…
El relato termina diciendo que “aquellas camas que ella había arreglado para él de manera prohibida, ahora las arreglaba de manera permitida“.
La Guemará señala a continuación cómo esta historia ilustra el concepto expresado antes del relato por Rabi Natan: “No hay un solo mandamiento escrito en la Torá, incluso el más pequeño, cuya recompensa no se disfrute en este mundo; y en cuanto a su recompensa en el mundo venidero, no sé cuán grande sea“.
A diferencia de las versiones cristianas de la historia de la prostituta arrepentida -que prometen una salvación universalmente disponible, sobre todo para quienes se alejen del sexo- y de las interpretaciones ultraortodoxas modernas – desexualizadas y alegóricas-, la letra de la versión talmúdica alude a algo completamente diferente: la enorme recompensa que se deriva del cumplimiento estricto de las mitzvot.
No la castidad -la recompensa en cuestión es claramente sexual- sino, en este caso, el mandamiento “menor” de los tzitzit.
Pero la recompensa no es solo para el hombre: también lo es para la mujer, quien alcanzó -a través del abandono de su antigua vida y de la conversión al judaísmo- el encuentro sexual con ese hombre que despertó su deseo gracias a sus tzitzit…